Introducción

A partir de las lecturas de artículos sobre el lenguaje inclusivo en particular y el lenguaje en general, noté que casi todos ellos caen en el desbarajuste y el caos de confundir y mezclarlo todo: las propiedades de la lengua, sus  reglas intrínsecas, las competencias de la RAE, su historia, el puterío interno; las palabras del diccionario, la elección de esas palabras y porqué están allí; el Feminismo; la comunicación social; el género gramatical cono reflejo del mundo; la relación entre el signo y la cosa que refiere; el Patriarcado; etc. todo en un rejunte virulento y ansioso de razonamientos para caer estrepitosamente en la conclusión que ya el autor tenía de antemano antes de razonar o averiguar nada.

Por ejemplo los silogismos: «La RAE es machista (premisa uno); el diccionario es machista (premisa dos); ergo: el lenguaje inclusivo puede y debe ejercerse» o, por el contrario, ridiculizar el lenguaje inclusivo poniéndole «e» a cualquier enunciado, luego solemne y salomónicamente citar con aires de primicia: «el masculino gramatical ya cumple la función inclusiva como término no marcado de la oposición de género»; para concluir sin más que el llamado lenguaje incluyente no tiene razón de ser.

Ambos razonamientos evaden cualquier noticia o novedad sobre el Lenguaje o la dan por sentada o son muy vagas (la importancia del Lenguaje en la sociedad es mucha o más o menos); ambos sobrevaloran la relevancia de la Real Academia y le otorgan un rol protagónico, ya sea atacándola o poniéndose de su lado; y ambos, de modo omnipresente pero no siempre evidente (quizá para fingir objetividad) , giran en torno de lo pro o anti-feminista, por lo que la simpatía ideológica a priori vale más que cualquier argumento y los filtra convenientemente.

En pocas palabras, vale manifestar que la batalla contra la RAE no solo es una pérdida de tiempo sino completamente ilusoria y banal, por lo cual no voy siquiera a incluirla en mi primer examen (la RAE es un cuco espectral al que se defiende y contra el que se pelea vanamente como niños; pero fuera de ámbitos académicos muy específicos no tiene poder alguno, por el contrario, nosotros tenemos poder sobre ella).

Además, que el poder de la palabra está sobrevalorado y al mismo tiempo desacreditado, es decir, envuelto en supersticiones: a veces se lo ningunea, en otras se le otorgan poderes mágicos. Que una cosa es la comunicación (general) y otra el signo lingüístico (particular). También, que el conservadurismo de la Lingüística no es tal, y que desde principios del siglo XX prevé y hasta alienta los cambios y modificaciones acorde a los momentos históricos. Entre otras cosas muchas cosas.

En este primer ensayo, empezaré por tratar la paradigmática noción del Lenguaje según el mito de las Escrituras y una interpretación libre de ella; un juego más bien retórico que informativo, pero que servirá de introducción para explicar la función del lenguaje como centro de la Comunicación y la omnipotente e incuestionable capacidad inclusivista de esta última en la sociedad

Para terminar este primer examen, tratar los signos lingüísticos en particular (sustantivos) y su supuesto de inclusividad.

 

Primera Parte

La primera lingüística hasta la penúltima se orientó no solo a explicar el lenguaje sino a mantenerlo cautivo en su forma última, guarecerlo de los vaivenes y manoseos del tiempo y de la plebe; lo que era parecido a querer poner entre rejas al aire. Las muchedumbres hacen uso irresponsable de las palabras con fines comunicativos y las desquicia, las pone de cabeza; aquel que lucha contra esto y mantiene su léxico inmaculado, corre el riesgo de no ser entendido jamás, excepto por los muertos: el riesgo del lenguaje absoluto es la soledad absoluta.

La última lingüística en cambio, desde Saussure, demuestra lo contrario, como ya veremos.

El mito de un lenguaje matriz, ecuménico y de pura raza, y su posterior degenerada bifurcación tiene origen en un pasaje sugerente y polisémico de las escrituras:

“1- Toda la Tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras.

Los hombres se establecieron al Oriente y se dijeron: 4- «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, hagámonos un nombre famoso, y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra».

5- Pero el Señor descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando 6-  y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan.

7- Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros».

8- Así, el Señor los dispersó sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. 9- Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.”

Génesis 11:1-9

 

A partir de un análisis del texto, de una vulgar exégesis o hermenéutica, tres o cuatro elementos notables se desprenden de la parábola. Primero, que la altivez de los hombres reprochada por Dios deriva de su unión y fortaleza; de sus virtudes, no de sus vicios. Segundo, que esta unión mucho depende de su idioma único, vale decir, de una comunicación fluida. Esta unión los hace fuertes, capaces, quizás invencibles, por lo tanto, cometen el pecado de asemejarse a Dios (nos hace preguntar, inevitablemente: ¿qué diablos quiere Dios de nosotros si el camino del perfeccionamiento y el progreso está prohibido?).

Último, el castigo de Dios también es insólito, excéntrico: no es el martirio, ni la tortura, ni ningún sufrimiento físico (como en el pecado original), sino la incomunicación, a partir del desmembramiento del lenguaje, el desentendimiento.

Este castigo resulta brutalmente anacrónico por su actualidad: primero por señalar a la lengua esencialmente como instrumento de comunicación -menospreciado hasta Saussure [1]-; segundo, por connotar que esta suprema interacción entre los hombres cumple una función unificadora, la de confirmar mutuamente la existencia: de que solo a través de la interacción con los otros puedo saber que existo. Este propósito de la comunicación como confirmación mutua es una tesis constatada y relativamente nueva:

Pareciera que, completamente aparte del mero intercambio de información, el hombre tiene que comunicarse con los otros a los fines de su autopercepción y percatación, y la verificación experimental de este supuesto intuitivo se hace cada vez más convincente a partir de las investigaciones sobre la deprivación sensorial, que demuestra que el hombre es incapaz de mantener su estabilidad emocional durante períodos prolongados en que solo se comunica consigo mismo. [2]

Advierte por contraste de la nocividad o letalidad de la incomunicación, es decir, de los estragos de la soledad. No podría idearse un castigo más monstruoso, aun cuando ello fuera físicamente posible, que soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara totalmente desapercibido para sus miembros [3].

Esto es exactamente lo que ha ocurrido con las llamadas minorías históricas: su eliminación o desprecio en los circuitos centrales o periféricos de la Comunicación. Tener por resuelto y acabado el conflicto con ellas -etnias no occidentales, mujeres, transexuales, etc.- por haber cedido o comenzado a otorgar derechos palpables y públicos, dejando el pasado atrás, es precisamente subestimar este poder de la palabra y la comunicación.

Las catástrofes de la exclusión y la incomunicación en la Historia son hondísimas y exceden con mucho los límites de lo evidente. La exclusión de los textos, de las palabras, del lenguaje, es una exclusión aparte que pocos conocen o tienen en cuenta en su sentido más auténtico e inmenso (que bien simboliza la cita bíblica): la partición irreductible de la humanidad. Es una exclusión como se suele decir, subjetiva, simbólica, tanto o más importante que la exclusión de hecho o efectiva.

Eludir la confirmación del prójimo, o mejor dicho la confirmación de su auto-percepción, o también «construcción subjetiva de la identidad» es, como bien sabe hoy la ciencia pero poco el sentido común, uno de los castigos más brutales e inhumanos.

Este primer fenómeno de la exclusión simbólica en términos generales, que abarca al lenguaje, es el punto de partida para comprender una rebeldía para con la lengua como lo puede ser el lenguaje incluyente o no sexista.

Vale describir a este fenómeno como una emergencia o factor emergente de una realidad particular, opresiva, como el vapor que emana con violencia de una pava puesta al fuego, una contingencia política, no premeditada, no del todo racional: el rechazo al dimorfismo del género gramatical o a lo masculino como genérico no es un combate hacia el lenguaje propiamente dicho, sino hacia una hegemonía de varones que acapararon el mundo, y por lo tanto, la Palabra. Dijo Barthes: la ideología burguesa daba la medida de lo universal; el escritor burgués, único juez de la desgracia de los restantes hombres. [4]

Se puede hablar de un síntoma de algo, no de una enfermedad o de una salubridad, lo que sería un juicio moral torpe y apresurado.

Como fenómeno propiamente emergente de las masas, su cualidad es la desprolijidad, la inestabilidad, lo excesivo y hasta lo arbitrario. Por lo tanto, gracias a estas particularidades del lenguaje que también demuestran humores, burlarse de él y juzgarlo es lo más sencillo, -agregar “e” a todo lo que se pueda no deja de ser una ocurrencia previsible-, como también fue divertido en su tiempo jugar con el cocoliche y el lunfardo en la literatura o el tango, o ridiculizar y hacer bromas con esa obra mal escrita y desaliñada como lo era el Quijote de Cervantes, posterior emblema del idioma español.

Cuestionar su futuro en la lengua, es decir su utilidad, su necesidad, su exageración, su extremismo; qué palabras deben modificarse y cuáles no; el establecimiento de un canon o taxonomía; su puesta en uso intensivo y extensivo; o si de hecho es solo una tendencia pasajera; es de carácter secundario y es pasar por alto la cuestión fundamental de que es producto de una ebullición social, no de una premeditación semántica (coincide con esto el lingüista Santiago Kalinowski de la Academia Argentina de Letras: es un fenómeno político, no lingüístico).

 

Bruno del Barro

17 de julio de 2018

 

[1] “Una de las innovaciones de la lingüística de Saussure consiste en declarar esencial el papel de la lengua como instrumento de comunicación, papel que los comparatistas, al contrario, consideraban una causa de degeneramiento.”

Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje (1972), Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov

[2] Por sorprendente que parezca, sin este efecto auto-confirmador la comunicación humana no se habría desarrollado más allá de los muy estrechos límites de los intercambios indispensables para la protección y la supervivencia; no habría motivos para comunicarse por la comunicación misma.

La vasta gama de emociones que los individuos experimentan los unos con respecto de los otros –desde el amor hasta el odio- probablemente no existiría, y viviríamos en un mundo vacío de todo lo que no fueran actividades más utilitarias, un mundo carente de belleza, poesía, juego y humor.

Teoría de la Comunicación Humana (1969), Paul Watzlawick

[3] William James (1842-1910) , filósofo y psicólogo estadounidense

[4] Triunfo y ruptura de la escritura burguesa (1972), Roland Barthes