Si la argumentación tiene como objetivo influir sobre un auditorio, el caso de Sarmiento resulta altamente paradigmático.
Todos sus libros fueron escritos con esa intencionalidad, ya se trataran de textos “históricos”, pedagógicos o habitantes de ese magma impreciso pero elocuente que hoy podemos definir como “ensayos”.
Su actitud básica era la polémica. Poco interesaba la verdad de sus aseveraciones, y aun la razón, ya que su objetivo era persuadir, convencer, apelando incluso a la agresividad y a la ofensa personal.
En uno de sus textos canónicos y tal vez el mejor organizado, donde despliega su estrategia argumentativa, intenta decir quién es (como si alguna vez hubiera dejado de decirlo). Se trata de “Recuerdos de provincia”, donde pone todo su esfuerzo en lograr que el auditorio al que estaba dirigido (los círculos intelectuales y políticos de Chile en la mitad del siglo XIX) crea en la seriedad de sus intenciones y el afán ejemplificador desinteresado de su accionar.
Atacado por cierta prensa santiaguina por su condición de extranjero, pobre y advenedizo, Sarmiento responde con virulencia para defender sus únicos capitales: la inteligencia y su honestidad que cree objetada, y lo hace con violencia en el terreno donde mejor se mueve. “¡Viva la polémica!”, escribirá alborozado y excitado. Así lo hará cuando se vea compelido a responder lo que él supone diatribas, donde tal vez había una soterrada mala intención hacia su persona. El ámbito era como el agua y él allí se movía como un pez. Esta estrategia argumentativa se articula sobre dos ejes: primero, la historia sirve para demostrar que la autobiografía era apta para exponer las razones de un descendiente, de un producto de la tradición virreinal, y no la de un agónico héroe desarraigado como en “Mi defensa” de ocho años atrás; y en segundo lugar, el texto debe persuadir a sus lectores sobre la certidumbre de su ideología; no es la historia de cualquier hombre político, sino la de un individuo capaz de forjar la solución de problemas argentinos, el único rival digno de Rosas, y que para colmo había sido parido por la patria, dirá en una metáfora que no resulta excesiva.
Esta estrategia se basa en el sistema de contrapuntos entre pasado y presente, donde la obviedad es la síntesis, que lleva su nombre.
En “Recuerdos de provincia” relata la anécdota de la escritura en francés “un escudo de la república en los años del Zonda”, partiendo desterrado hacia Chile. Allí escribe su nombre en un gesto fundador donde él marida su exilio con los héroes de Chacabuco. Gesto fundante, donde el eje de su argumento es considerado su biografía, confundiéndolo con la historia de la Patria, con sus mismísimos padres, los de la Patria y los de Sarmiento. Esta afirmación narcisística será recurrente en él.
Relata una anécdota donde Rafael Meinville busca a Sarmiento para presentárselo al Ministro y “acierta encontrarme en un cuarto desmantelado con una silla y con cajones vacíos que me servían de cama” (¿acaso Jesús no nació en un humilde pesebre? La humildad del origen da fuerza y legitimidad al destino de Sarmiento).
Sarmiento expone dos condiciones: decencia y talento, más la inalienable vocación de servicio que esgrime que lo prepara para ocupar los altos estrados de un país que debe ponerse a tono con el mundo y abandonar la barbarie a que lo somete la campaña, y esas dos condiciones expuestas le abren las puertas del Ministro y, por ende, la política chilena de su tiempo. Montt le dirá “para las ideas nadie es extranjero”, como afirmando un respeto que luego le demostrará con creces, no sin advertirle de vez en cuando un poco de mesura, que le faltaba a Sarmiento, claro.
No es ocioso recordar que siendo Sarmiento liberal y polémico no trepida en colaborar con Montt, reconocido militante del partido de los “pipiolos” o “pelucones”, como llamaba el pueblo de Chile a los conservadores.
Es evidente que en “Recuerdos de provincia” quiere imprimir una idea didáctico-moral al texto, otorgándole una ejemplaridad a partir de su biografía, y encontrar en lo posible aquello que realmente es: un discurso político donde se está candidateando para suceder a Rosas. Si a esto se suma un dato que esgrimen algunos historiadores, que envía su retrato a quien lo acepte con la leyenda que reza: Domingo Faustino Sarmiento, futuro presidente de los argentinos, y la carta de intención programática donde invita a los gobernadores a apoyar la destitución de Rosas —único obstáculo para él que se opone a la organización de la República— y a apoyar su automoción a sucederle, resulta innecesario agregar algo más a la intencionalidad evidente de “Recuerdos de provincia”.