Qué pasa con los poetas cuyos libros terminan perdiendo vigencia, quiero decir: lectores, porque ya no circulan fuera de los límites de la propia muerte física del autor, como si ésta hubiese arrastrado a la otra, la que tanto nos preocupa, la que no deja en los otros siquiera una línea, acaso, según quería Pedroni “la del verso recordado”, como único blasón de la gloria.

Qué pasa con los poetas que murieron, y que fueron seguidos después por sus amigos, y toda una fila cerrada de aliento y difusión deja de persistir y de empañarse…
Y si, además el texto resulta inhallable, no existe el libro al alcance como para que compulse con los otros, hemos perdido, entonces, a un hombre dialogando con su tiempo, o al menos en ese espacio ambiguo, resbaladizo, ese espacio que los críticos no se atreven a definir muy bien, ese espacio que la hace una práctica, no una teoría, y que se le da con distintos matices, acepciones y equívocos, desde hace muchos siglos el nombre de literatura.
Además nosotros nos vemos en la imposibilidad de leer como leían los hombres de la década del veinte, y en especial en Rosario, donde los poetas se quejaban de las características “fenicias” (sic) de la ciudad en que transitaban una bohemia desvaída, tal vez, o copiada, pero que en el corazón de aquellos abuelos nuestros se viviría como auténtica. Cómo hago, me pregunto, para leerlo ahora sin las adherencias que implican 90 años de tumultuosa vida nacional, sin los matices de la multitud de voces nuevas en nuestra poesía, nuevos vientos, vanguardias diversas, modas, esguinces, tronantes vates que proclamaron y pasaron, y a lo mejor hicieron apenas un montoncito de versos para ponerlo al reparo de las inclemencias, salvarlo de la demencias de los años y tal vez lo hicieron en principio, y tal vez con mucho ruido, luego todo se fue tornando quebradizo, siendo apenas un nombre incómodo y necesario que suele llevar el aditamento de “precursor”, siendo que a veces a los precursores se los neutraliza con ese calificativo que los pone más cerca de la historia que de la poesía.
Tal vez pasaran más de treinta años donde nadie debió fijarse en la obra del muchachito tísico, que murió como el “muchacho de Palermo”, murió como Evaristo Carriego con quien tempranamente se lo vinculó.
Vagamente ácrata, poniendo su énfasis en los humildes, en su ciudad que era maltratada por “fenicia” y tal vez lo fuera, el consciente de su espiritualidad, con esa voz chiquita, simplemente cantó. Parafraseando a Borges uno puede decir de Lenzoni que como Carriego “pertenece menos a la poesía que a la historia de la poesía”
Sin embargo, algo de esa idea de cantar a su ciudad anduvo por la mente y la producción de sus compañeros de generación, como Emilio Ortiz Grognet.
Si Lenzoni elude los estertores modernistas, y aún pirotecnia del ostentoso ultraísmo, e ignorando si tomó partido en las opiniones Boedo-Florida (regodeo profesoril casi un siglo en la historia de la literatura argentina), podemos decir que sí adhiere a la línea intermedia entre modernismo y vanguardia, que encabezan, Carriego, Fernández Moreno, el Viejo y la propia Alfonsina (la de sus poemas al viejo Rosario: Alberdi, el Saladillo).
Marcos Lenzoni traza un meteórico ciclo entre su trabajo en la empresa de Ferrocarriles (el Central Argentino), sus viajes a Italia en busca de sus raíces, y a Córdoba y Paraguay, en busca de la salud cada vez más quebrantada, puede todavía abusar de la bohemia rosarina de su tiempo, colaborar en diversos medios gráficos, asistir a la populosa vida nocturna y teatral de aquel tiempo.
Si yo apoyo mi mano con suavidad en esa breve -frágil- promontoriedad, como cortezas humildes, rescato la poesía de Lenzoni, porque noto que supo sortear la pirotecnia del modernismo en retirada y no lo tocó –tal vez por ser reciente- la pelea entre formales y contenidistas, aquello de Floredo como alguien ironizó.
Entre las muchas tareas que la ciudad le debe a R.E. Montes i Bradley –como la importantísima revista Paraná- está el libro que editó de y sobre Lenzoni. Con biografía, valoración, florilegio. Justamente lo único posible de leer de Marcos Lenzoni era la lectura que Montes había hecho de él. Y cuando estaba en camino esta nota, mi amiga Elda Paván, que comparte conmigo la curiosidad, el amor aún, por las cosas de la ciudad vieja, encontró en una librería “de lance” un ejemplar del único libro de Lenzoni: Brotes Morados, debido a la devoción de sus amigos. El nombre que el poeta había elegido era “Yemas”, pero a éstos les pareció mejor rebautizarlo y así quedó.
Brotes Morados se edita entonces con el pecunio de sus amigos, en la imprenta Mercatali, de Buenos Aires, a fines de 1925. Lleva una nota bibliográfica sin firma, un dibujo “a pluma” de César Caggiano tomado de un retrato del poeta, un Prefacio de Roberto Giusti, fechado en agosto de ese año, y la reproducción de un artículo de Noé Martorello, amigo de Lenzoni, aparecido originariamente en el diario “La Acción” de Rosario, el 3 de abril de 1925. Esta nota hace una semblanza emocionada de Lenzoni, de sus últimos días de vana lucha contra la enfermedad en un hospital de Córdoba y reproduce, al final de la nota, un poema que aparecerá, póstumamente, en “Nosotros”, en Buenos Aires y cerrará el volumen citado. Dicho poema se titula “Transparencias” y esta dedicado a su novia, con la cual Lenzoni ansiaba casarse apenas su enfermedad se lo permitiera.
Queda librado a la mera conjetura pensar qué cimas habría alcanzado la poesía de este malogrado poeta nuestro que “avanzaba a grandes zancadas, casi siempre solo, pues es de imaginarse que la buena compañía la llevaba adentro”.
Marcos Lenzoni, había nacido en Nelson, provincia de Santa Fe, el 1º de de setiembre de 1894 y murió en Rosario, el 25 de abril de 1925.
A “instancia de iniciativa” de su fiel amigo Ceferino Campos, a la sazón edil del Concejo Deliberante local, éste sanciona dicha iniciativa y la intendencia municipal promulga una ley que bautiza una calle, del viejo barrio Arroyito, con el nombre del poeta. Se coloca la placa el 9 de julio de 1940. Para el distraído viandante, la calle Marcos Lenzoni, es un homenaje de la ciudad a uno de sus finos poetas.
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