El 28 de enero de 1933, un consternado público escuchó las palabras de despedida del doctor  Fritjorf Ottfrid Caccarello, encumbrado científico de la Academia de Ciencias de Oslo. Sentados en el Aula Magna, los empingorotados (y enojados) académicos oían las palabras de despedida de su colega, que dejaba la institución por un solo tema: los objetos. 

Las cosas cotidianas, los artefactos. 

Su último trabajo –de verdad iba a ser el último- se denominaba “Las cosas. Refutación del funcionalismo” había sido publicado en el “Oslo Mekjanicke Review” (1932, Vol. XV, 7) y causado revuelo en el mundo de la ciencia. Miles de cartas criticando su postura atosigaron su buzón y una decena de artículos intentaron, con diversa fortuna, derribar sus postulados.

Esa noche de enero, helada no sólo en el exterior, sino en las voluntades,  quedó olvidada por su carácter revolucionario y  a la vez, pesimista. 

En base a un viejo documento, transcribimos en exclusividad para El Vecino el discurso de Fritjorf Ottfrid Caccarello. Que el lector juzgue su pertinencia.

“Estimados colegas. Estoy aquí por última vez. Este discurso es una despedida y una justificación, espero no se me negará esa oportunidad (aplausos aislados)”.

“Gracias”.

“Hace ya unos años, pensaba que el mundo material, ese que se consigue transformando la naturaleza, era un privilegio del que nos dotábamos los seres humanos. Los monos, los elefantes, los insectos, las aves del campo, los peces, las modestas bacterias, no disfrutan de las cosas que obtienen del aire o del agua. Apenas las usan para vivir”.

“El hombre, en cambio, es capaz de construir con rocas un castillo. Extrayendo el hierro de la montaña diseña un automóvil y viaja. Con el bronce elabora complicadas armas de fuego. Señores, el ser humano construye una naturaleza para sí”.

“Pero con el tiempo me he dado cuenta que ese privilegio es ilusorio”.

“No crean ustedes, estimados colegas, que haré aquí un repudio de la sociedad de consumo y de la compra de aparatos lavavajillas. Estos objetos se han instalado y repudiar o aceptar su obtención es baladí (murmullos)”.

“La sola presencia de objetos artificiales implica su construcción, su venta, su compra, su manejo y su descarte. Nos queda cómodo disponer de cepillos para el cabello, platos de cartón encerado, encendedores de bencina, aeroplanos. Hoy las calculadoras mecánicas abrevian cálculos que antes llevaban semanas”.

“Eso nos ha llevado a una dependencia total de las cosas. Ya no podemos carecer de copas de Martini, por la sencilla razón que un día podríamos servir un Martini, aunque no nos guste ese licor (más murmullos).Pero si pensamos cómo funcionan las cosas y no su necesidad, ese privilegio puede no serlo, mis amables colegas (más murmullos)”. 

“Vean: las cosas funcionan o no funcionan, no he hallado otra posibilidad para los artefactos que hemos creado. Se me disculpará ser un poco platónico, pero los objetos perfectos sólo están en la mente de sus proyectistas y no hay otro modo, los objetos funcionan un tiempo y luego se descomponen (murmullos y comentarios)”. 

“Veamos. ¿Cuántas veces hemos ido al cine y la película, trabada, se ha quemado ante nuestros ojos y nuestra ira? ¿Acaso el taxímetro que nos lleva a la ópera no se ha detenido repentinamente, haciendo que lleguemos tarde, furibundos?”

“Señores, no conozco un solo objeto, ni el más humilde, que no falle en algún momento (murmullos, algún abucheo). Y no lo habrá nunca (abucheos).”

“El ser humano en esto es imperfecto, estimados científicos, aunque ha progresado muchísimo. Hemos sanado enfermedades que antes nos mataban. ¿Por qué no hemos pensado en objetos eternos, inmutables e irrompibles? ¿Por qué no se han diseñado objetos que reparen lo roto y sanen lo descompuesto? No me refiero a las herramientas que todos conocemos, ellas mismas se rompen y fallan. No. (Se escucha un grito al fondo).” 

“No fabricamos objetos perfectos por la sencilla razón que ellos hoy nos dominan y los objetos per se no admiten la perfección (gritos de ¡Fuera!)”. 

“Digo y repito: la función se ha invertido, señores. (¡Fuera, fuera!)”

“Esto es filosofía pura, por más que esto sea una academia de científicos. Los objetos, desde la sencilla cuchara de estaño a la compleja aeronave, puedo decir, tienen una función primaria e ineludible: romperse. El concepto de función, tan querido por nosotros… por ejemplo, batir un huevo, es lo que sustenta la rotura definitiva de la batidora eléctrica”. 

“Podemos ir más lejos”.

“¿Quién no se ha cortado un dedo, al romperse un vaso de cristal? ¿Quién no ha tambaleado… ¡O caído! de una silla al aflojarse una de sus patas?”

“Esa función, fallar, caducar, romperse… (Se escuchan gritos airados en todo el auditorio)… decía, esa función, descomponerse, está hecha para perjudicarnos”.

“Señores, lamento que ustedes no hayan entendido el fondo de mi postura. Los objetos no son, como creemos, algo pensado para resolvernos la vida, sino para arruinárnosla. Han tomado el control y no tienen un momento específico para astillarse, partirse, quebrarse en esquirlas, dañarnos. En su estructura se esconde la perfidia de la bomba de relojería (varios académicos se levantan, otros gritan)… decía… la presencia de cosas, incluso las más modestas, es una amenaza, si un submarino roto es la muerte de sus tripulantes, también es fatal la aguja de la jeringa, que se dobla dentro del moribundo”.

“Señores, no sólo ya no podemos vivir sin los objetos, sino que éstos nos molestan, nos arruinan, nos lastiman y nos matan. La reciente guerra es una excepción, señores: los objetos funcionaron. La verdadera guerra está en el hogar, en el despacho, en el laboratorio, en la calle, en todos lados. ¿Quién de ustedes no ha arrojado con furor, el martillo que machucó sus dedos al querer colgar un cuadro? Ese objeto desea matar, no hundir clavos en los muros. Los objetos se rompen y nos provocan ira, descontrol, los arrojamos y compramos otros, que vuelven a arruinarnos la existencia. Ese es el fondo de mi tesis: los objetos ya no son lo que hicimos de ellos, somos lo que ellos quieren, sus víctimas… (Vuelan bollos de papel)”. ¿Animista? Puede ser. Pero no deseo divisiones en nuestras filas y me retiro… (Gritos, ¡Sí, sí!)”.

“A pesar de todo les digo, por el afecto que le tengo a esta casa, a ustedes mismos. Cuídense. Buenas noches.”

(Aquí termina la  transcripción).

Nota: el doctor Fritjorf Ottfrid Caccarello murió apenas un año después, atragantado con un fósforo. 

Investigación: Arq. Lic. Gustavo Fernetti

Imágenes: Diego González Halama