A María Elena Lothringer, con gratitud

¿Qué significa «a llegada de un jaguar a la tranquera» Un enunciado que resulta extraño, como el poema y un libro de ese nombre del gran poeta correntino, ese correntino universal, que se llamó Francisco Madariaga, que supo aunar su explícito e incontenible surrealismo con la descripción de una de las tierras más primitivas de nuestra República, como son los Esteros del Iberá, la zona donde conviven las tradiciones políticas del siglo XIX con sus mitos y la poesía que explota en maridajes nunca vistos antes.

La editorial de la universidad de Entre Ríos, Eduner,  cometió en 2017, un acto de necesaria y estricta justicia para la cultura del Continente. Editó en dos tomos maravillosos y amorosamente cuidados la obra completa de Madariaga: Contradegüellos I y Contradegüellos II, según consta en letras gentiles en su cajita amarilla.

Uno de sus libros más conocidos se llama Llegada de un jaguar a la tranquera y otros poemas. Pero cómo -piensa uno- un posible peligro que producirá seguramente el terror entre los lugareños y aún la muerte si el descuido se instala en los actos defensivos, puede, digo, orondamente arrimarse a una tranquera, que como sabemos es el límite último que separa el afuera de la intimidad de los jardines y la casa con su inevitable palmeral tratándose de Madariaga. Este libro tiene un texto maravilloso, un texto que se llama El tren casi fluvial y que es la reconstrucción imaginaria de su llegada al campo correntino cuando solo tenía quince días de vida, y es un texto inevitable, pletórico, de un entusiasmo por la descripción de esa tierra que será suya para siempre. Es en sí una poética, y es la posesión, la aceptación inmediata que esa gente furtiva tiene sobre su alma y que así será hasta el fin de los tiempos. Esa tierra que él cantará virilmente de cien maneras distintas y que lo hará el gran poeta que funda una estirpe de poetas y de músicos, de cantores que se adueñaron de ese paisaje para siempre. En un momento será capaz de proponer: «Y bueno, jaguar‑jinete, ahora debemos ser capaces de abrir esta difícil tranquera hacia la amistad y la hermandad», y uno ruega que así sea el deseo de este poeta imposible, con sus sueños que se salen de madre al contacto con esa naturaleza cerril, indomable, que solo los auténticos seres provistos de baquía podrán hacer cantar bajo los palmerales del ensueño.

Delegando a este grande que por primera vez se presenta verdadero, íntegro, «hasta nuestro propio plagio», diría mi amigo y compañero del alma Miguel Federik, retorno a mis tranqueras de la infancia, donde plácidos e inocentes nacían y crecían los trigales, y no había temor de sentir el rugido de un jaguar que se aproximara. Apenas algunos perros corriendo alguna liebre que se hallaba escondida, en esa noche sin luna, que vino con su sombra a la ayuda azarosa para que cruzara como una sombra más sombra por ese campo calmo para siempre en mi recuerdo y en aquella noche que se hizo tiempo entre nosotros.