“Pato trabaja en una carnicería”

Moris

 

-Es para los chicos- dice Pato luego de recibir con naturalidad el billete que le extiendo. En la incipiente claridad de la pieza, su cuerpo pródigo, sus amplias caderas,

parecen agrandarse. Solo lleva puesta una breve bombacha roja y busca con afán el corpiño negro entre el revoltijo de sábanas. Con Pato tenemos una relación particular.

Suelo caer al filo de la madrugada y ella me espera enfundada en un jogging azul, unas calzas cortas y una remera blanca de gimnasia. Con zapatillas deportivas, parece una aerobista a punto de salir a correr al parque. Ni bien cierra la puerta, me recibe con un pico en el mentón y yo aprovecho para apretar ligeramente sus pechos.

Ya en la pieza, Pato se queda parada esperando que le quite la ropa. Lo hago con lentitud mientras beso o mordisqueo su cuello, sus pezones descubiertos. Nos conocimos hace un par de meses, cuando fui a buscar a una chica que ya no estaba en el depto. Se llamaba Lorena y desapareció de un día para otro, como suele ocurrir con las chicas del oficio. “Se casó con un policía” fue la  abrupta versión que escuché de una compañera. Me sorprendió pero no demasiado. Lorena me gustaba porque entrar en ella era algo fluido y sin tropiezos. Desnuda frente a mí, yo la hacía poner de espaldas y acariciaba su cuerpo mientras jugueteaba entre sus nalgas.

Pato no es tan pródiga pero se parece a Lorena en ese plus de entrega que va más allá del servicio convencional. La noche que la conocí llevaba un vestido corto, de falda más holgada, y estaba descalza. Lulú, la regenta, me la presentó como la novedad de la semana. Esa vez hicimos el amor con entusiasmo. Montada sobre mí, la vi estremecerse y cabalgar hacia el orgasmo como si su imagen pudiera quebrarse en planos fijos y sucesivos. Después recostó su cabeza sobre mi pecho y pude acariciar su pelo duro y enrulado, cortado casi al ras.

-Para vos tengo 28 años y Patricia es mi nombre real – me dijo-. Me contó que venía de trabajar en puertos del sur, adonde estuvo cerca de un año. Que se había separado y tenía tres chicos. Ese día le di un billete de diez pesos fuera de la tarifa y el gesto se repitió en otros encuentros. No acostumbraba a dejar propina pero en su caso era un pequeño tributo a su trabajo eficaz y nada mecánico, a la onda que a veces sugería, fuese real o no. Ahora está en el baño y supongo que saldrá con la tanga y el corpiño puestos y prenderá un cigarrillo.

-¿Todavía estás desnudo? ¿Quién te pensás que sos, el Príncipe de Gales en su castillo? – dice, antes de dar una seca.

-No es castillo, es palacio…Ya te dije: me cuesta moverme después de hace el amor aunque lo haya hecho con una principiante.

-La mina que te parió era una principiante. ¿Por qué no contratás una chica cama adentro?

-Porque tengo una sola cama y deberíamos compartirla, mi amor. ¿No querés ser vos mi chica cama adentro?

-Te saldría demasiado caro – dice y esboza una sonrisa que en su caso es de alivio porque el papel de dura agresiva no le calza bien. Pato es de carácter manso, más bien plácido, y en eso también me recuerda a Lorena.

-Terminá el pucho y vestite. Lulú ya debe estar por levantarse y vos sabés como es con los horarios.

-Okey, ya me voy. Yo sé que me querés por mi dinero.

-Así es – dice Pato, cambiando el semblante-. Pero consolate pensando que a los otros no los quiero, ni siquiera por su dinero.

-¿Y entonces?

-Los aguanto..Es mi trabajo.

-¿Y a mí cómo me aguantás?

-Dani, no hinches. Sabés que me caés bien. No necesito decírtelo a cada momento. Lo que te digo por última es que te vistas, porque Lulú me va a cagar a pedos.

-También podría retarme a mí.

-Ah, no, vos sos el tipo que escribe…Qué te pensás.

Lo que dice Pato es cierto. Más allá de la onda que puedo tener con una chica, sé que por mi condición de laburo – o por la mitología que la rodea – gozo de alguna prebenda. Y que esto incluye a Lulú.

-Ah, me olvidaba – escucho, mientra me calzo el vaquero -.Te manda saludos alguien que conocés.

-¿Alguien que conozco?

-Lorena.

-Conozco más de una Lorena…

-Con esta no te podés confundir.

-¿Por qué?

-Porque la conociste acá, en esta pieza. Y además es mi hermana.

-¿Lorena es tu hermana?- pregunto en un tono incrédulo y en realidad es una pregunta dirigida a mí.¿Cómo no me avivé? Recuerdo que Lore me habló de una hermana mayor que estaba en el sur, de cómo había seguido sus pasos casi sin proponérselo. Si lo pienso más, las simetrías rozan lo inquietante. No remiten solo a lo que ya mencioné. Lore, me dijo que también tenía tres chicos.

-Decile que le agradezco y le deseo lo mejor – digo, antes de salir de la habitación.

Ya en el tacho, reviso lo que me dijo Pato y no encuentro nada fuera de lugar. Solo que curtí en forma consecutiva con dos hermanas separadas por menos de dos años. ¿Potencia esto la parte lúbrica del asunto? En absoluto. Solo una imagen fugaz que atraviesa mi mente como una gacela y que prefiero dejar correr.

Paso unos l5días sin visitar el depto. Tengo ganas de ver a Pato pero no consigo desprenderme de la imagen de Lorena o, si se prefiere, de su sombra familiar. Y como soy propenso a mezclar lo que no se debe, prefiero abstenerme. Finalmente llamo por teléfono.

-Hola, corazón. Estás perdido. ¿Algún problema?

-Nada en particular. Solo que me tomé un tiempo para reflexionar.

-¿Reflexionar? – pregunta sorprendida – ¿Reflexionar sobre qué?

-Sobre el sentido de la vida.

-Dani, la vida es una basura. Pero eso no quita que nos podamos echar un buen polvo.

¿Estás seco?

-No es eso. Lo que me dijiste de Lore me perturbó un cachito. Un cachito nada más. Lo suficiente para sentarme a ver películas.

– Ay, no seas boludo…Lore y yo somos hermanas. ¿Y qué? ¿Hay algo terrible en eso?

-No, terrible no. Te diría que casi me seduce. Lo que me perturba a mí es lo que me seduce, no las historias de terror.

– Okey, cuando tengas ganas, date una vuelta. Sabés que te espero.

Cuelgo con la sensación de haber sido regañado por una mamá severa pero comprensiva, algo inusual en la relación con Pato. Doy vueltas por el barrio sin saber qué hacer. Paso por el minimarket de la GNC pero la barra está cargada y no me quedo mucho. Camino por Alvear hacia Rivadavia. Ya es de día. Pato debe estar por terminar su turno. Mis pasos me llevan hacia el depto aunque no era lo que pensaba. Toco el portero y después de unos minutos Pato sale a abrirme. Tiene el vestido corto de la primera vez y unas ojotas azules. La tomo de la cabeza para darle un beso, siento que sus rulos están húmedos.

-¿Ya te ibas?

-¿Yo dije que me iba? Sabía que ibas a venir.

-Debés ser adivina porque yo no sabía.

El resto es silencio. Saludo a Daniela, que está limándose las uñas en la cocina, y voy hacia la pieza. Pato corrió las cortinas y el ambiente es de una penumbra tenue. Enciendo un pucho y la miro. Acaba de depositar una caja de forros sobre la mesita de luz. Sus ojotas asoman al pie de la cama. Me mira unos segundos y sin decir palabra, retira la colcha de un rosa brillante y acomoda las sábanas. Me acerco, aplasto el cigarrillo contra el cenicero y la tomo de los hombros hasta dejarla erguida. Desabrocho con cuidado los botones de su vestido. No lleva sostén. Todo es lento hasta que llego al borde de su bombacha negra y la bajo de un tirón.

Lo que sigue es en la cama y tiene el encanto de los polvos plácidos y sostenidos. Los cuerpos se acomodan uno al otro con facilidad, dominan los besos cálidos y las caricias largas y profundas. Cuando extiendo el brazo para alcanzar los forros, ella me aferra de la muñeca y susurra “Así está bien”.  Debe estar segura de que el registro de Lore ya no interfiere.

-Pato, ¿es verdad que Lorena se juntó con un cana?

Después de la refriega sin ruidos, mis palabras suenan fuera de lugar. Ella acaba de encender el velador y luce sorprendida.

-En realidad no se juntó. Se van a casar. ¿Pero a qué viene la pregunta? ¿Te molestan los canas?

-Si dijera que no, te mentiría. Pero no pretendo entrar en la vida de nadie. Pasa que cuando ella dejó de venir, una de las chicas me comentó y me llamó la atención lo repentino de la cosa.

-No fue repentina. Ellos tenían onda desde hace mucho. Pero al principio los dos estaban casados. Bueno, lo que pasó fue que los chicos decidieron dar el salto.

-Mirá vos… ¿Y Pato con quién se casó?

– Si te referís al padre de mis hijos, prefiero no hablar del tema. Lo único que te puedo decir es que quedé sola, con los tres chicos y una olla vacía. ¿Vos qué hubieras hecho en mi lugar?

-Yo habría tirado la chancleta. ¿Pero vos qué hiciste?

Pato intenta una sonrisa. A contraluz y con el torso descubierto, su rostro adquiere  luego cierta gravedad., como si le importara lo que va a decir.

-Yo hacía reemplazos en un cantobar. Ahí conocí a una amiga de Lulú, que me puso en contacto con ella. Así empecé.

-¿Y tus viejos no se enteraron?

-En mi casa saben todo. Tus viejos tienen que ser muy boludos para no darse cuenta de algunas novedades. Y mi viejo en particular es un laburante, no come vidrio. Conoce la calle y además es buen tipo. Un día que yo volvía de la noche lo encontré sentado en la cocina. Me dijo directamente: “Patricia, vos estás manejando plata, algo que no ocurría hasta hace poco. Unas de dos: o estás en la merca o estás patinando”. Y yo le contesté: “Estoy patinando, papá”…Me dio vuelta la cara de una cachetada. Pero después nos reconciliamos.

-No debe ser fácil.

-No es fácil para mí, menos para él. Sabe que no puedo ganar lo mismo llevando una bandeja.

-¿Y el sur?

– El sur también existe, boludo, pero no para mí. Estuve casi un año, en más de un lugar, y no hice contacto. En general circula más plata, hace mucho frío y hay menos gente. Si tenés suerte y ganas, podés engancharte con un maringote y te vas a vivir a Grecia, Holanda o cualquier otro lado

Amaga seguir pero un trueno la interrumpe.

Salta de la cama, se desliza hasta la ventana y corre la cortina.

Quieta o en movimiento, sin artificios ni maquillaje, la figura de Pato es lo menos parecida al estereotipo de una mujer que se ofrece por dinero.

-Hay tormenta. Te conviene irte antes de que se largue.

-Siempre encontrás un motivo para echarme.

Gira un tanto la cabeza antes de decirme “tonto”, sin ningún énfasis.

Salgo a la calle un poco melanco. El cielo está encapotado, de un gris denso, y la lluvia parece inminente. A pocos metros de la entrada al edificio, veo un taxi estacionado en doble fila. Pienso que puede estar esperando a una de las chicas pero no pierdo nada con averiguar.

-¿Hasta dónde va, jefe?- pregunta el conductor, un hombre morocho de mi edad, el pelo algo encanecido.

-Acá cerca, unas diez cuadras.

– Suba, nomás.

A poco de andar escucho más truenos. Las primeras gotas salpican la ventanilla y el limpiaparabrisas comienza a funcionar. Pato me gusta. Razón de más para cortarla, Y, de paso, equilibrar mi presupuesto. Pero no me puedo borrar sin avisarle. Después el tiempo hará lo suyo.

El taxi para frente a la entrada de mi pasillo y le dejo el vuelto de propina.

La llamada a Pato es al amanecer del día siguiente. Atiende ella, la voz soñolienta.

-Hola, Flaqui, cómo estás.

-Bien, es decir, en la lucha…

-¿En la lucha a esta hora? ¿Con quién?

-Tonta, fue un mal chiste. Te llamo porque quiero comentarte algo.

-¿Ah, sí? Yo también tenía algo que decirte.

-Bien, empezá vos que seguro sos más breve.

-¿Ayer te fuiste en un tacho que estaba estacionado?

-Sí, Negra, no me digas que te birlé el viaje.

-No hay historia. Nada más quería decirte que el tachero era mi viejo. A veces viene a buscarme.

Cáspita. Esto es una primicia y no macana. El viejo de Pato llevándome a mi casa después de haber curtido con su hija. Y el vuelto de propina. Podría haberme tirado las monedas después de mirarlas un segundo. Con todo el derecho del mundo. Y podría haberme dado vuelta la cara de un cachetazo.

Pero la calle está dura. La calle está dura y el tipo se la banca.

Ya no escucho su voz preguntando: ¿Estás ahí?

 

 NB: El presente relato – corregido para su inclusión en El Vecino- forma parte de “El último verano” (2005), libro editado por Homo Sapiens.