LAS DEMONIOS DEL LIBERTADOR Y LAS INFIDELIDADES DE SU JOVEN ESPOSA REMEDIOS DE ESCALADA (LA JOSEFINA LATINOAMERICANA)

UNA AMANTE PARA LA TALLA DE UN PRESTIGIOSO MILITAR
La figura de Rosa Campusano es emblemática y apasionada donde la mujer se transforma en informante de un militar de la talla de San Martin fue su preferida, la amante y confidente del libertador del Perú, tanto que se mereció el titulo de la “protectora” del general. Ella marcó a fuego los sentimientos encontrados con este militar mitad criollo y la otra europeo. La historia se funde en dos caminos paralelos porque ella también conocía en los secretos de alcoba la experiencia con la otra amante de Bolívar, me refiero a su amiga Manuela Sáenz.
Su padre era don Francisco de Herrera y Campusano, un solterón empedernido. La madre de Rosita era una mulata llamada Felipa Cornejo. Esta niña había tenido una educación esmerada, pero prefirió dejarse amar por los oficiales españoles y pasar sus secretos de guerra a los patriotas.

El exilio de San Martin y sus fantasmas
Ya retirado de la vida política viaja a Londres con su hija Mercedes, después de haber protagonizado un fuerte entredicho con doña Tomasa de la Quintana. Esa señora no sólo no quería a su yerno, sino que jamás perdonó que no haya visitado Mercedes en su agonía.
La esposa infiel y sus amantes
Ella por su parte también, abandonada por su esposo tuvo sus encuentros amorosos, al punto que una sobrina de Remedios- Florencia Canale- expresa en su libro «Pasión y Traición”, nombra como sus amantes a Gregorio Murillo, Joaquín Ramiro y Bernardo de Monteagudo. Estos asertos son cuestionados por historiadores como Vicente Quesada y Carlos Páez de la Torre (h). También Federico Andahazi revela una carta de San Martín dirigida a Tomás Guido diciéndole «He nacido para ser cornudo”. (Historia sexual de los argentinos).

La vida de Remedios de Escalada, en una novela de la escritora Florencia Canale.
“Tanto la adoraba que la joven Remedios hizo que rompa el compromiso de casamiento pactado con el hijo de un hombre poderoso de la época, Gervasio Dorna. El prometido tuvo que olvidarse para siempre de ser parte de los Escalada, en cuanto la menor de la familia cruzó sus ojos con José de San Martín”.
-¿Por qué San Martín se casó con Remedios?
«El era un desconocido, un novato en Buenos Aires. Su plan no era casarse con una niña rica -asegura la autora-, sino liberar a América del yugo realista. Era un plan muy amplio armado durante mucho tiempo y por eso le servía estar instalado en la sociedad y qué mejor que con los Escalada».
Canale cuenta que «San Martín vino a Buenos Aires con Carlos María de Alvear que pertenecía a una familia tradicional. Alvear y su esposa lo relacionan con los Escalada, de gran poder dentro de la sociedad de Buenos Aires».
En una de las tantas tertulias celebradas en esa casa, apunta la autora, «fue donde Remedios quedó prendada de este general con el que inició una vida de casada un tanto atípica. En el tiempo que estuvieron casados, en realidad no funcionaron como una familia tradicional».
«La que siempre estuvo en desacuerdo -confiesa- fue Tomasa de la Quintana Aoiz Riglos y Larrazábal, la madre de Remedios, quien vio con muy malos ojos la relación, ya desde el primer encuentro familiar Escalada-San Martín».
Hay una anécdota que dice que `El padre de la Patria` llegó por primera vez a la mansión con su edecán. «Una vez instalados en la mesa familiar, San Martín preguntó por su compañero, ubicado en la cocina con la servidumbre, y al conocer esa situación se dirigió a la cocina con los sirvientes, dejando un clima ríspido en la sala principal donde estaban su futura prometida y toda la familia».
«Una vez casados, él montaba su caballo y se iba a librar distintas batallas como era la costumbre en esa época de liberación nacional. Ese fue el gran reclamo de Remedios: el abandono de su esposo, porque no pudo cumplir ese sueño de familia ideal que había planeado desde chica», asegura Canale.
Acerca de las supuestas infidelidades de Remedios, su pariente afirma, entre risas: «Sí, es verdad, hay algunos romances extramatrimoniales que siempre se contaron en la familia. Tuvo algunos amoríos furtivos con subalternos de su marido».

«El más explosivo fue el affaire que tuvo con un colaborador y compañero muy cercano de San Martín: Bernardo de Monteagudo. Pero este morocho espléndido era amante de todas -justifica- y la pobre joven abandonada no tardó mucho tiempo en caer en sus redes».
«Es entendible que una jovencita de 17 años, más sola que acompañada por su marido -que encima era un hombre callado, para adentro y siempre dedicado a su trabajo como militar- se lanzara a otros brazos».
«La infidelidad con Monteagudo fue casi una `vendetta` contra San Martín, al enterarse por rumores que su marido -otro gran seductor-, andaba con otras mujeres».
Esta novela, considera Canale, «es una especie de gesta romántica. La vida de Remedios es interesante. Va a gustar mucho a las mujeres porque tiene romanticismo, aventuras y el tema del abandono. Hasta en su muerte, sin su padre que ya había fallecido, sin su marido y con una hija muy pequeña a la que dejaba huérfana. Ella, de alguna manera, se dejó morir».
Lo que más sorprendió a la autora en su investigación, fue la relación de Remedios con Monteagudo. «Podría haber provocado problemas en la política. Me pareció que era una afrenta complicada de tragar. Tener este amorío era un pinchazo especial contra San Martín».
«Y también me pasó algo con el tío `Pepe`, como le dicen en la familia. Cada vez que leía más sobre él, se fue transformando en una personalidad avasallante e interesantísima. Me enamoré. Pero, por lo que cuenta la historia, no era recomendable para tenerlo como marido», desliza.
«El era un hombre poco demostrativo, no se relacionaba con cuestiones sentimentales. El gran amor de San Martín fue la causa de la emancipación latinoamericana, no su mujer», sentencia.

Quién fue Remedios de Escalada de San Martín
Nació en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797, siendo sus padres D. José Antonio de Escalada, rico comerciante, canciller de la Real Audiencia de 1810, y doña Tomasa de la Quinta Aoiz Riglos y Larrazábal. Esta ilustre familia -ha dicho un historiador- se caracterizó siempre en la colonia y en la república, por el mérito de sus varones y el boato representativo de sus mujeres. Se recuerda entre las familias porteñas el empleador de las veladas y fiestas con que estos señores Escalada mantenían el prestigio de su elevada posición.
Remedios, esposa del general San Martín más tarde, era de una delicadeza exquisita. Su elevado sentido de la dignidad y sus patrióticas virtudes envuelven su recuerdo en un aroma agradable, ocupando un lugar destacado entre las damas de la época, por haber sido la que primero tuvo el noble y patriótico gesto de desprenderse de sus sortijas y aderezos para contribuir a la formación de las huestes patriotas.
Remedios tenía 14 años cuando arribó a nuestras playas el Teniente Coronel de caballería D. José de San Martín, grado adquirido en una interminable serie de combates, ora en la madre patria contra el extranjero invasor, ora en África, guerreando contra la morisca audaz y bravía.
Al llegar a su patria, ofreció su brazo y su espada a la causa emancipadora, y el gobierno de las Provincias Unidas se apresuró a aceptar tan patriótico ofrecimiento, sin soñar acaso, que al hacerlo acababa de armar caballero de la causa americana al más decidido y esforzado paladín, que debía escribir largas páginas brillantes, rebosantes de gloria y exuberantes de nobles ejemplos para las generaciones futuras. Desde el momento en que San Martín ofreció sus servicios a la causa de la independencia, la casa de la familia Escalada, que era un centro de patriotas de la Revolución, le abrió sus puertas y fue uno de los más asiduos concurrentes. Allí conoció a la niña que debía ser después su esposa. El futuro adalid, llegó pobre y sin relaciones, no trayendo más que una buena foja de servicios de España y el propósito de prestar leales y desinteresados servicios a su patria.

José Antonio de Escalada, con clara visión, entrevió en aquel arrogante militar a un general de nota y no tuvo inconvenientes en aceptar los galanteos a su hija, no obstante la diferencia de edad entre ambos, que llegaba casi a 20 años: «ella, niña, no muy alta, delgada y de poca salud; él de edad madura, estatura atlética, robusto y fuerte como un roble».
San Martín al vincularse a esa familia conquistaba posición y atraía a las filas del Escuadrón de Granaderos a Caballo, que estaba organizando, a una pléyade de oficiales, como sus hermanos políticos Manuel y Mariano y sus amigos, los Necochea, Manuel J. Soler, Pacheco, Lavalle, los Olazábal, los Olavarría y otros que llenaron después con su espada páginas admirables en la epopeya americana. Desde que San Martín conoció a Remedios, como él llamaba a su tierna compañera, se enamoró de ella y comenzó el idilio que terminaría en el matrimonio celebrado en forma muy íntima en la Catedral de Buenos Aires, el 12 de septiembre de 1812. Fueron sus testigos «entre otros -dice la partida original- el sargento mayor de Granaderos a Caballo D. Carlos de Alvear y su esposa doña Carmen Quintanilla.
No habían transcurrido tres meses de la fecha en que se celebró la boda, cuando el coronel San Martín recogía su primer laurel en los campos de San Lorenzo, donde, como es sabido, muy poco faltó para que doña Remedios quedase viuda. Desde este instante su talla militar adquiere contornos gigantescos y es el comienzo real de su vida pública que terminaría simultáneamente con los días de su esposa, once años después.
Cuando San Martín marchó a tomar el mando del Ejército del Norte, Remedios quedó en Buenos Aires. Fue en esa época cuando el ilustre soldado sintió los primeros síntomas del grave mal que debía alarmarlo en una gran parte de su agitada existencia, mal que lo obligó a trasladarse a la provincia de Córdoba, al establecimiento de campo de un amigo, reponiéndose algún tiempo después de sus dolencias. Cuando fue designado Gobernador Intendente de la provincia de Cuyo, su esposa lo acompañó en su estadía en Mendoza y apenas llegó ella a esta ciudad, la casa del General se transformó en alegre y hospitalaria, en un centro radioso de la sociedad mendocina, por obra de su exquisita cultura y el prestigio de su bondad y virtudes. A ella concurrían los oficiales y los jóvenes de la localidad que después se agregaron, Palma, Díaz, Correa de Sáa, los Zuloaga y Corvalán, que unidos a los primeros cruzaron la cordillera y formando parte de los vencedores, llegaron hasta la Ciudad de los Virreyes, en el paseo triunfal que realizaron a través de media América.
En el mes de enero de 1817, el Ejército de los Andes emprendió la colosal empresa que debía cubrirlo de laureles y su comandante en jefe dejó el hogar para no volver a él sino de paso, en los entreactos que le permitían sus victorias. Así continuó el andar del tiempo y en 1819, San Martín, que tenía su pensamiento aferrado a la idea de afianzar la independencia de su Patria atacando al enemigo en el centro de su poderío, el Perú, pidió a su esposa que regresara a casa de sus padres y así lo hizo «Remeditos», revelando que era tan tierna como obediente esposa. Ya tenía entonces a su pequeña Mercedes de San Martín, que sería más tarde esposa de D. Mariano Balcarce, única hija del matrimonio, la cual había nacido en Mendoza, en 1816. Acompañáronla en su viaje, su hermano, el Teniente Coronel Mariano de Escalada, y su sobrina Encarnación Demaría, que después fue señora de Lawson.
Remedios de Escalada de San Martín tras su traslado de Mendoza a Buenos Aires vivió en la casa de sus padres, y agravada la enfermedad que padecía, por consejo médico debió trasladarse a una quinta de los alrededores (actual Parque de los Patricios), de propiedad de su medio hermano Bernabé. Abatida y enferma, esperaba siempre la vuelta de su esposo, anunciada tantas veces. La muerte de su padre, acaecida el 16 de noviembre de 1821, agravó su malestar, justamente en los momentos en que el héroe renunciaba a los goces de la victoria y de las delicias del poder, después de la célebre entrevista de Guayaquil, y se retiraba para siempre de la escena política, cerrando su vida pública con un broche de oro, que deberá ser siempre profundamente comprendido por las generaciones futuras, porque su renunciamiento evitó la guerra civil en Sud América que habría destruido la obra emancipadora iniciada en mayo de 1810.
Profundamente atormentada por sus preocupaciones, que facilitaron el desarrollo del terrible mal en su delicado organismo, falleció en la quinta en que se radicó para combatir su enfermedad el 3 de agosto de 1823. San Martín se encontraba en Mendoza y en junio había escrito su última carta a D. Nicolás Rodríguez Peña, en que le decía que le había llegado el aviso de que su mujer estaba moribunda, cosa que lo tenía de «muy mal humor», pero sus propios males le impidieron llegar a Buenos Aires para recibir de su esposa el postrer beso, antes de iniciar viaje sin retorno.
«Murió como una santa -refería su sobrina Trinidad Demaría de Almeida, que rodeó su lecho en los últimos instantes- pensando en San Martín, que no tardó en llegar algunos meses después, con amargura en el corazón y un desencanto y melancolía que no le abandonaron jamás». De regreso en Buenos Aires, el General San Martín -entre noviembre de 1823 y febrero de 1824- hizo construir un monumento en mármol, en el cementerio de la Recoleta, para depositar en él los restos de su Remeditos, en el que hizo grabar el siguiente epitafio: «AQUI YACE REMEDIOS DE ESCALADA, ESPOSA Y AMIGA DEL GENERAL SAN MARTIN»
Monumento que cubre los restos de la que «fue digna hija, virtuosa esposa, madre amantísima, patricia esclarecida y mujer merecedora del respeto general»
Remedios de Escalada de San Martín figuró en la Sociedad Patriótica, asistió al célebre «complot de los fusiles», en que las damas patricias se propusieron armar un contingente con su peculio particular, y tomó parte en todas las iniciativas promovidas por las mujeres de la época en pro del movimiento emancipador.
El documento que redactan aquellas nobles damas que se propusieron reforzar los contingentes que bregaban por afianzar la independencia nacional, con la famosa empresa llamada el «complot de los fusiles», terminaba con las palabras siguientes: «Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad.»

Rosa Campusano y San Martin