A modo de  prólogo

Cuando América latina se rebela es porque la injusticia de los poderosos de adentro y afuera dijeron un no  y los pueblos  originarios de este gran continente llena de historia y pasiones encontrada alzaron el grito de LIBERTAD!!! .  Las mujeres jugaron un papel importante en el desarrollo de la historia de Latinoamérica desde Micaela Bastidas pasando por Juana Azurduy y otras del siglo XX como Celia Sánchez la guerrillera que lucho  junto a Fidel Castro  en Sierra Maestra una de las tantas revoluciones que formaron parte de la gran historia de este continente de rebeliones y movimientos revolucionarios.

Hoy nos toca hablar Micaela Bastidas la insurgente, la caudilla  del Alto Perú  de los Andes  la revolucionaria que junto a su esposo Túpac Amaru  se rebelaron contra la explotación e injusticia de los cobardes colonialistas españoles, ella marco a fuego un antes y un después de la América Hispana. Ella al ver la forma en que explotaban a los originarios del continente por los oidores hispanos dijo: “yo no tengo paciencia para seguir aguantando esto….” Ahí comenzó su historia y su posterior martirio para luchar contra las desigualdades que los españoles infligieron a los pueblos de este lado del mundo y  me animo a decir que con Micaela comenzó la guerra por la independencia de Latinoamérica.

EL NACIMIENTO DE UNA REBELDE

   Micaela Bastidas nació probablemente en 1744 (carecemos de documentos, porque los españoles quemaron todos los papeles oficiales de los que se sublevaron en 1780) en Tamburco (provincia de Tinta, al sur de Cuzco), hija de Manuel Bastidas, quizás de descendencia africana y española, y Josefa Puyucahua, andina. Se casó muy joven, en 1760, a los quince o dieciséis años, con su amigo desde la infancia Juan Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru II, descendiente directo del último inca que fue ejecutado por los españoles en 1572. La boda se efectuó en la iglesia (que todavía existe) del pueblo de Nuestra Señora de la Purificación de Surimana, a noventa kilómetros. al sudeste de Cuzco. Siguieron viviendo en Surimana, pueblo donde había nacido Túpac Amaru, y del cual era curaca. Como descendiente de la nobleza inca, Túpac Amaru había sido educado en Cuzco y Lima, y estaba bien enterado de la situación de su país; sobre Micaela Bastidas se debate sobre si hablaba bien el español, y sobre si sabía o no leer y escribir —en todo caso, hay numerosos archivos que contienen cartas de ella— centenares de cartas, en su mayoría cartas de negocios, permisos oficiales, salvoconductos, comisiones, pero también muchas escritas a su marido cuando él estaba de viaje, que era frecuentemente, porque era arriero y supervisaba transportes de bienes en más de sesenta mulas y caballos. Una carta del 24 de noviembre de 1780, por ejemplo, dice:

Chepe mío

[así llamaba a su esposo]

Para conmover a los de Arequipa es necesario que envíes un propio seguro con los adjuntos carteles para que se enteren de su contexto y te advierto que sea con la brevedad posible, y puedes despachar otro propio a Pachachaca a cortar el puente cuanto más antes, con la precaución correspondiente. En fin todo dispondrás como el más entendido; y si no lo puedes hacer avísame para que yo lo haga sin demora, porque en eso está el peligro. Dios te guarde muchos años. —tu Mica. (Peña de Calderón 1971:114).

   Se ve aquí que era ella la que con frecuencia decidía la estrategia, y su marido el que la implementaba, pero no siempre con la rapidez que era necesaria. En cuanto a cortar el puente, si no lo hizo él, lo haría ella. Pero cuando era cuestión de tomar la ciudad de Cuzco en 1781, a pesar de las insistencias de su mujer, Túpac Amaru demoró, y puede que le haya costado la victoria (y su vida). Hay muchas opiniones sobre esto en los numerosos libros sobre Micaela Bastidas y Túpac Amaru.

   Túpac Amaru y Micaela Bastidas tuvieron tres hijos: Hipólito, que nació en Surinama en 1761; Mariano, que vio la luz en Tungasuca en 1762; y Fernando, nacido también en Tungasuca en 1768. Fernando sobrevivió la masacre de su familia en 1781, aunque lo forzaron a observarla, y luego se refugió en España.

EL ORIGEN DE LA REBELION DE 1780

   Debido a la profesión de su marido y a sus largas ausencias de casa, Micaela Bastidas se habría acostumbrado muy joven no solo a mantener el hogar (y ya a los dieciocho años tenía dos hijos) sino el lado doméstico de los negocios de su marido. Durante años ella era la administradora que habló (y escribió) a los clientes, vigiló los pagos, obtuvo las provisiones necesarias, y arregló todo lo requerido para los transportes y las estancias en otros pueblos. Era administradora formidable, parece que en buen balance con su marido, que tenía una personalidad atractiva pero algo mesiánica, ya en los años setenta cuando estaba más y más indignado y preocupado por los abusos crueles de los españoles y por su responsabilidad como curaca, jefe de su pueblo y de su región, y por su herencia incaica. Micaela Bastidas, mientras tanto, desarrollaba sus atributos de inspiración y persuasión —los españoles dijeron que de coerción— para asegurar la lealtad y la participación de pueblos andinos en su resistencia contra los abusos de los españoles. Las autoridades coloniales consideraban a Micaela Bastidas aun más peligrosa que su marido, y ofrecieron cantidades de dinero, premios y títulos nobles a personas que las ayudaran a capturar a Túpac Amaru, pero sobre todo, a su mujer. Cuando el visitador Areche ofreció perdonar a los que denunciaran a Túpac Amaru, aclaró bien específicamente que el perdón no se ofrecería — y cito — a «la muger del Rebelde Micaela Bastidas» (CDIP: 534)1. sabiendo que mucha gente temía la venganza de Micaela Bastidas si no hacían lo que ella quería.

   También se lee en los documentos que muchos temían a Túpac Amaru y a «la Cacica su Muger Micaela Bastidas que no es menos monstruo de crueldad que él» (CDIP: 257), y la acusaron de «resolución varonil» (CDIP: 439). «Varonil» es el adjetivo que con frecuencia se repite en relación con ella. Según Manuel Galleguinos que dio testimonio contra ella, «conocía más rebeldía en ella que en su marido; más arrogancia y más soberbia, de modo que se hizo más terrible que su marido» (CDIP: 712). La acusaron de no ser una mujer tradicional, débil y sentimental, sino una fiera monstruosa que insistía en los derechos de los que no tenían derechos. La acusaron finalmente de «rebelión contra la magestad,… contra el Reino, y especialmente contra la ciudad» (CDIP: 727) de Cuzco donde perdieron la batalla decisiva contra el ejército español — en parte porque Túpac Amaru había demorado tanto en seguir los consejos de Micaela Bastidas que quería que tomaran mucho antes la ciudad de Cuzco, que era un objetivo central para su movimiento —. En el juicio, acusaron a Micaela Bastidas de «el más execrable y atroz [crimen] más enorme que pueda cometerse por un vasallo contra su Soberano y Señor natural» (CDIP: 727) y el visitador español, José Antonio de Areche, le dio pena de muerte pública, acompañada «con algunas cualidades y circunstancias que causen terror y espanto al público; para que a vista de espectáculo, se contengan los demás y sirva de ejemplo y escarmiento». (CDIP: 727).

LOS  MARTIRES  DE CUZCO

   Y en efecto fue así. Los ciudadanos de Cuzco se tuvieron que reunir en la plaza de Cuzco, vestidos en ropa estilo español — ya se había prohibido cualquier artículo andino tradicional— y presenciar un largo día de horrores. Micaela Bastidas entró en la plaza arrastrada por un caballo, atados pies y manos, mientras su sentencia se leía en voz alta, y mientras daban garrote a otros de los rebeldes. En los muchos libros sobre Micaela Bastidas se pueden leer largas descripciones de los detalles — muy bien publicitados por los españoles — de ese día, pero en breve, y aquí leo del relato oficial del día, hecho por un funcionario local llamado Manuel Espinarte López, testimonio fascinante porque está tan lleno de ambigüedades, y ambivalencias sobre la imposibilidad de controlar todo como añoraban los españoles. Cuenta la ejecución de otros y cómo

    El indio y su mujer contemplaron con sus propios ojos la ejecución de estos castigos [de los otros líderes de la insurrección], incluso el aplicado a su propio hijo, que fue el último en subir al patíbulo. Después la india Micaela subió a la plataforma, en donde igualmente en presencia de su marido, le cortaron la lengua y le dieron garrote, operación que pareció prolongarse infinitamente, dado que tenía un cuello muy pequeño y la pinza no podía estrangularla, por lo que los verdugos se vieron obligados a poner sogas alrededor de su cuello y tirar en direcciones opuestas para terminar de ajusticiarla.