Por Daniel Briguet
“Rebelde me llama la gente
Rebelde es mi corazón”
Moris
1 –EY, JOE, NO DISPARES
El tipo debe ser tachero pero no importa. No quiero cargar las tintas sobre este gremio en el que tengo amigos y el recuerdo de otros que no están, como Cacho, que era un formidable caballero. El tipo comparte conmigo un ámbito común, el minimarket de una estación de gas, y un saludo matinal a la hora del café. Si tuviera que buscarle un símil, diría que es un Joe actualizado y rosarino. Un pariente de aquel personaje notable que interpretó Peter Boyle y que odiaba a los hippies, las crenchas al aire y el amor libre. Una versión del americano medio que nos han mostrado varias películas y que hoy sería, sin lugar a dudas, una adherente de Donald Trump en la primera fila. El cóctel es sabido: racismo, xenofobia y american way of life con varias gotas de neofascismo. El tipo, al fin, se acerca y me dice a media voz:
-Oiga, un profesional como usted no puede andar con el pelo así. ¿Por qué no se lo corta y empareja?
Atención. Cortar y emparejar parecen ir juntos Yo sonrío, evito una respuesta drástica para no quemar las naves y le digo que lo voy a pensar. A veces la ironía es un arma de doble filo: hay que prescindir de las buenas maneras que ofrece la retórica y largar el primer escupitajo que uno amasa con su lengua. Lo que subyace en esta anécdota minúscula es que en la actual temporada dejé que mi escaso pelo creciera más de lo acostumbrado, tal vez por inercia o porque sigo empeñado en encontrar algún vestigio de mi mundo adolescente. Y algo de esto último debe haber porque ni bien el Joe rosarino se aleja , tengo un flash que me remite a la ruta nueve, a mis dulces dieciocho, y a un grupo de tres o cuatro amigos de mi pueblo, empeñados en hacer dedo para llegar a Leones, donde esa noche comenzará un festival de rock. Cuando finalmente una Ford F l00 para y nos indica que subamos atrás yo emprendo una veloz corrida que se corta pronto en una brutal patinada sobre la ruta mojada por una llovizna espesa. Caigo de plancha y siento un dolor intenso de la cintura hacia abajo que no me impide subir a la camioneta en marcha. Ese dolor me perseguirá hasta la madrugada.
Ya en Leones, en la entrada del cine-teatro que es sede del evento, nos recibe un grupo de chicas amables y sonrientes, invitándonos a bailar sobre el escenario durante la actuación de algunas bandas. Mi look sintoniza con la invitación. Remera azul eléctrico, jeans Levis de corderoy fino y un pelo largo y lacio que cae a dos aguas sobre mis hombros. Lo que no tengo, debido a mi cadera magullada, es la posibilidad de dar dos pasos seguidos. De modo que con Néstor, mi amigo más cercano, buscamos un par de butacas para escuchar los recitales. Cuando abre Frutilla, un compacto grupo de Marcos Juárez, con una ajustada versión de “Mujer americana”, que había lanzado The Guess Who, yo siento un calor inusual al lado de mi oreja derecha. Giro la cabeza y veo un encendedor con su respectiva llama y detrás la sonrisa cínica de un mostrenco, dispuesto a romperme las bolas. Los mostrencos eran tres y como ni Néstor ni yo éramos partidarios de las artes marciales, intenté conciliar en un lenguaje razonable. Vana ilusión. Los mostrencos eran tres montañeses que habían bajado en un alto del rodaje de “La masacre de Texas” y estaban dispuestos a quemar mi pelo en cuanto me descuidara.
2-REBELDES, PILOSOS Y ROCKEROS
La legitimidad histórica del pelo largo está fuera de discusión. Desde el mito de Sansón, que alojaba su fuerza en sus bulbos capilares hasta las pelucas sospechosamente empolvadas de la corte de Versalles, grandes tramos de la historia universal, al menos la de Occidente, están dominados por gente que no iba a la peluquería sino para enterarse de los últimos chismes de la corte. La renuencia a las tijeras cobra un impulso rebelde en plena modernidad, a caballo de fenómenos vinculados: la constitución de lo joven como un cultura diferenciada del resto; el dominio del rock británico, luego de la apertura pionera y pelicorta de Elvis y sus amigos, con los Beatles y los Stones a la cabeza; la explosión del Flower Power y su mensaje de porros, sexo y rock and roll; la expansión rockera y rebelde a escala planetaria que llega , con perfiles propios, a un país del Sur como el nuestro.
Si el nacimiento del rock argentino puede situarse en la segunda mitad de los sesenta, es dable pensar que el incipiente movimiento forja sus primeros metales en oposición a la dictadura integrista de Onganía. Aunque el orden, si lo hay, debe leerse al revés: es el integrismo preconciliar del régimen, que perseguía a náufragos y pelilargos y los reprimía con saña, el que genera la reacción del beat criollo. Esta rebeldía por coacción no es menos válida. Y estallará en una arenga, que muchos han interpretado de modo equivoco, en la voz de Billy Bond, líder de la Pesada del Rock, cuando grita en medio del Luna Park: “ ¡ Rompan todo!”.
Una cultura de la contestación asoma y responde a la represión policial con una agresividad espontánea.
El pelo largo es una síntesis simbólica que se carga de esta y otras ideas y como tal, deviene objeto de censura y de persecución. El celador que mide la longitud de las clinas en la escuela media; el suboficial que pasa la máquina cero como “un coiffeur de seccional”, según cantará Cantilo. No se trata del largo del pelo sino del conflicto entre visiones contrapuestas, una de las cuales reclama el derecho a la autonomía de vida y de expresión mientras la otra desempolva viejos tangos del recuerdo. El mundo es otro pero la música de la generación de los padres apenas ha cambiado. Tampoco exhiben reflejos para registrar que el aluvión sesentista, cocido al calor de una década turbulenta, tenía sus propias expectativas.
Aquí el rock es político aunque rara vez apela a la consigna de la Revolución. La rebeldía marca un estadio diferente, una suma de gestos sin programa, una estética que enfrenta lo convencional y lo standard con el riesgo de ser deglutida por la sociedad de consumo. Pero sin pensar, tampoco, que la deglución no deja restos aprovechables.
Ocurre con la nación de Woodstock, con la psicodelia, con la onda punk. Hoy cualquier hija de vecina puede llevar una melena multicolor solo para acceder al Nirvana de una o dos borracheras semanales.
Con esta salvedad: el pelo largo no es un artículo, una insignia o un collar que pueda venderse en cualquier pilchería. Es parte del cuerpo que prolonga y con el que crece. Menos manipulable que un producto del mercado, cuenta con el aval que le otorga su corporeidad y la condición natural de la que surge.
Diversos hechos consagran la rebelión pilífera como el signo más inequívoco de la generación beat. El musical “Hair” (Pelo) que Milos Forman llevará al cine y que estuvo un tiempo prohibido en el país. La revista Pelo, la publicación nacional de más larga duración sobre el género, que enarbola las clinas como un emblema.
Y dos canciones alcanzan para ilustrar el incipiente estado de las cosas. Una es el mayor hit de Roque Narvaja y La joven Guardia, banda ubicada en la zona menos complaciente del beat comercial, que a fines de los 60 y comienzos de los 70 integraban grupos como Conexión N 5 y Trocha Angosta. “Vagando por la calle, mirando la gente pasar, el extraño de pelo largo sin preocupaciones va” dice la letra y pinta, con ella, la entrada en escena de un nuevo personaje urbano. Extraño para cierta mirada pero a la vez vagando por un paisaje que da la impresión de conocer.. No se trata de un individuo cualquiera sino de “un rey extraño, un rey de pelo largo” según reitera el tema, precisando la dimensión de lo que narra. El rock más radical no es todavía un fenómeno masivo pero con seguridad, ya es perceptible.
La otra canción es un clásico: “La marcha de la bronca”, de Pedro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Durietz). “Es mejor tener el pelo libre, que la libertad con fijador” dice un pasaje, trazando el territorio sobre el que se dirime una parte de los conflictos juveniles. Cantilo es un agudo cronista de época y no se le pudo haber pasado ese detalle. Si lo explicita es porque se trata de un bastión no negociable. Con .lo que el pelo deviene algo más que pelo: incluye además la cabeza en la que echa raíces.
3- VIEJOS LOS TRAPOS
Con cincuenta años de existencia – si el hito es “Rebelde” (l966) de los Beatniks pero también si se parte de “La balsa” (l967), de Tanguito y Nebbia – y tanta agua que ha corrido bajo los puentes, cuando no pura sangre, lo curioso es que el pelo largo despierte todavía dudas e inquietudes. En mi caso el agravante podría ser un hombre que avanza a la tercera edad, abuelo para más datos, y que debe responder a la convención de tal. ¿Pero hasta qué punto? ¿O no son “abuelos” muchos de los rockers que aún ocupan un sitio de relieve en el hit parade internacional, de los Stones a Ozzy Osborne, pasando por Zeppelin y Pink Floyd? ¿Será entonces que un efecto perturbador del pelo desaliñado sigue flotando en el viento a despecho de cambios y mutaciones? ¿Y no es ese un signo de que el llamado rock puede desaparecer en mil cofradías pero aún no ha resignado algunos de sus valores?
Preguntas a contestar.
Lo seguro es que la figura sombría de Joe se multiplica y con ella, la posibilidad de otras contestaciones. En El Resorte, boliche que frecuento, un conocido me llama ni bien entro y me dice casi con suavidad: “Dani, un recorte de las puntas te vendría bien”. Y eso por no nombrar a los Intrépidos en sus Máquinas Rodantes que, a la hora del rezago, seis o siete de la mañana, pasan ululantes a toda velocidad y me gritan “¡Trolo!” o algo peor. Se entiende: ellos cultivan un corte a la Americana, con los costados rapados y los mechones de arriba erguidos, y saben que pueden ganar certámenes de Ruleta Rusa porque debajo no tienen nada.
O sea: el problema es que la bala pasa de largo y el largo no es del pelo.
Al fin Castaneda termina por tener razón. El mayor propósito es librarse de la mirada de los otros (¿librarse o liberarse?). Tal vez debí prestar más atención a “Las enseñanzas de Don Juan”.
Por ahora y con lo que hay, vamos las bandas.
A mi nieto Pelín (Vicente)