En el año 2003, Syngenta, una de las corporaciones multinacionales más importante de semillas y agrotóxicos, (hoy de capitales chinos) publicó un almanaque que entregaba sin cargo a los productores agrarios argentinos que llevaba el título La República Unida de la Soja y un mapa de la región donde se englobaba toda la zona sojera de América del Sur. E incluía en el mapa la bandera de esta falsa república y que era una semilla de soja.

En ese almanaque de difusión y entrega gratuita, estaba explícita la estrategia de las corporaciones para convertir a nuestra región del sur del continente en la mayor productora de soja a nivel global, solo superada por EEUU en cantidad de hectáreas dedicadas a este cultivo.

Hoy, en la República Unida de la Soja se siembran aproximadamente 70 millones de hectáreas de soja, correspondiendo a Brasil 42 millones de has, nuestro país siembra 20 millones, Paraguay unas 5 millones y Uruguay y Bolivia con 3 millones entre ambos países, completan tal cantidad de has de cultivos de soja.

Sin dudas, la soja se ha convertido en un monocultivo que se extendió a toda nuestra región a partir de compartir un paquete tecnológico utilizado por todos los productores suramericanos, seguramente adaptado a sus realidades, pero la siembra directa, la semilla transgénica y el agro-tóxico Glifosato son los ejes centrales de este paquete tecnológico que expandió el cultivo sojero a toda la región. Es decir que los que habitamos estos lares del mundo, padecemos un mismo modelo agroindustrial con similares impactos en la salud y el ambiente.

En Brasil se utilizan aproximadamente de 1000 millones de lts/kg de agrotóxicos por año y en nuestro país, más de 600 millones, de los cuales más del 50% corresponden al glifosato. Semejante cantidad de venenos esparcidos por toda la región, indudablemente tienen que impactar en nuestra salud y en el ambiente y es así como a la pandemia del Covid 19 debemos agregar las otras pandemias de enfermedades que producen estos venenos como diferentes tipos de cáncer, enfermedades neurovegetativas como el Parkinson, Alzheimer, autismo e hipotiroidismo, entre otras muchas que producen los agrotóxicos.

Estos venenos, una vez esparcidos sobre los cultivos no desaparecen por arte de magia…semejantes cantidades se esparcen en el aire y llevados por los vientos viajan enormes cantidades de kilómetros. Además, se filtran con las lluvias y llegan a las napas de agua del cual se abastecen muchos vecinos. Y los venenos que no son infiltrados, cuando llueve, son arrastrados por las aguas y terminan contaminando lagunas, arroyos, ríos, etc.

Y sus impactos en la salud están a la vista.

El Instituto de Salud Socio Ambiental (INSSA) de la Facultad de Medicina de la UNR demostró en más de 40 campamentos sanitarios realizados en el interior de nuestras provincias sojeras, que donde debía haber un enfermo de cáncer de acuerdo a la media nacional, encontraron el doble o triple de enfermos.

Por otra parte, la cadena del sistema agroalimentario global es la responsable del 50% de los gases de efecto invernadero que es la base del cambio climático que padecemos. Inundaciones, sequías, incendios, fuertes tormentas como nunca antes vistas son un claro ejemplo del avance del cambio climático a nivel global y que nosotros mismos, con estas maneras de producir, estamos alimentando.

La deforestación tremenda para expandir los cultivos de soja, el abandono del trabajo campesino produciendo una migración interna pavorosa y que lleva a millones de personas a hacinarse en las grandes ciudades dejando un campo sin agricultores son realidades inequívocas de la producción agraria basada en químicos, entre muchos otros daños.

La República Unida de la Soja es una fiel exponente de esta realidad que golpea por igual a los ciudadanos brasileros, argentinos, paraguayos, bolivianos y uruguayos.