Quisiera retomar aquí  los ejes principales de las palabras expresadas por Rubén Chababo  en la última Feria del Libro de Rosario acerca de este tema.

Parangoneando una larga noche victoriana que se cierne sobre nosotros y que remeda, a la vez, una cruzada fabulosa que secuestra a todos los sudarios del mundo, para llevarlos lejos, muy lejos, Chababo reflexiona acerca del costo moral de quebrar los límites de lo “políticamente correcto”.

Retoma la imagen del cadáver de Pier Paolo Passolini  arrojado como verdadera basura en las playas de Ostia, condenado moral y físicamente por pederastia.

Bajo el eufemismo de lo “políticamente correcto” estos nuevos cruzados de la moral pública amenazan con arrasarlo todo: no hay censuras ni del estado, ni de las burocracias diversas, ni de la religión, ni siquiera de las ideologías, hay censura del otro que nos rodea, del otro en tanto otro, que está esperando un desliz de nuestra lengua para lograr el más efectivo de los escraches: subir lo que uno dijo o hizo a las redes sociales.  “Allí nuestra foto, allí nuestro nombre, para que todos sepan a qué atenerse cuando nos cruzan por la calle” (en palabras textuales de Chababo).

Retoma eventos sucedidos en Europa: se retiró la obra “Las Suplicantes” de Esquilo porque  las máscaras negras ofendían a la población africana,  después retiraron el cuadro “El origen del mundo” de Courbet,  un grupo feminista exigió levantar “La bella durmiente” porque el príncipe besa a la durmiente sin su consentimiento, en Berlín y Londres fueron retirados los cuadros de Egon Schiele  y “La Maja desnuda”, de Goya, por ser considerados pornográficos. En Nueva York los productores y editores de Woody Allen retiraron su apoyo financiero para que publique sus memorias o filme más películas. Mientras tanto Hollywood sigue siendo un Sodoma y Gomorra sin tregua, mientras que todos van a las galas con la cinta del color que corresponde al sector que hay que agradar en cada ocasión. En este sentido es una sociedad de una hipocresía sin igual.

Al mismo tiempo que Gallimard suspendía la edición de Celine, por antisemista y racista, no importa qué tan buen escritor fue, en Chile otro grupo impedía que el aeropuerto de Santiago llevara el nombre de Pablo Neruda porque el caballero había penetrado a una mujer dormida, sin su consentimiento, según relata él mismo en sus Memorias. Aparecen versiones feministas de “El Principito” y otros clásicos mientras se impide la reedición de “Memoria de mis putas tristes”, de Gabriel García Márquez y “María dos praceres”.

La pregunta del millón es ¿qué haremos con Puig, Clarice Lispector, Pound, Polansky, Buñuel, Lautremont o Lamborghini, ni qué decir del Marqués de Sade?? ¿Hay que silenciarlos para siempre, quemarlos o declararlos no deseados secuestrándolos en sótanos oscuros? ¿Qué haremos con libros como “Muerte en Venecia”, “La naranja mecánica”, “Lolita”, “La Tregua”, o el mismísimo “Facundo”? ¿Hay que enviarlos todos a la hoguera, tal cual predijo Ray Bradbury  en “Farenheit  451?”, quien no por nada escribía ciencia ficción (lo posible de venir en un futuro no tan lejano parece).

¿Quién pone el límite a la libertad de expresión? ¿Quién pone el límite en la literatura, el arte  y el pensamiento? ¿Quién está autorizado a decir a quién qué cosa debe callarse y qué cosa publicarse? ¿Quién y por qué está autorizado?

¿Acaso el derecho a la dignidad de las comunidades vulneradas autoriza a algunos para impedir que el resto se explaye sobre el tema?

¿Acaso la película chilena “Una mujer extraordinaria” (Premio Oscar a la Mejor Película Extranjera) no narra en forma muy digna los sucesos habituales a los que se enfrenta una persona transgénero? ¿Acaso la película “Roma” no plantea muy seriamente cuestiones de violencia hacia la mujer imposibles de soslayar, sobre todo en la sociedad mejicana, en donde desaparecen y matan mujeres todo el tiempo? ¿No se puede tocar determinados temas con cierta dignidad y altura? ¿O todo termina siendo pederastia, racismo, violencia de género, ofensa a determinadas identidades o comunidades? Entonces, para no ofender, nos  callamos  todos y no producimos más nada. Total, a alguien, siempre, vamos a ofender o lastimar con nuestros dichos o con nuestro arte.

Hubo un señor apodado Tato, famoso en el INCA (Instituto Nacional de Cine Argentino) por cortar pedazos enteros de películas para que no viéramos ni una pierna, ni una teta, ni siquiera una rodilla, mucho menos escenas de sexo explícito. El tal señor, apodado también “Señor Tijeras” por nuestro bienamado Charly García fue el Interventor del Instituto de Cine durante el Proceso Militar. En ese momento había una Junta Militar que gobernaba y decidía, vía Tato, qué podíamos ver y qué no. La misma política se usó con la literatura, el material didáctico de la enseñanza primaria, secundaria y, sobre todo, universitaria, y el arte sobre todo, el arte en general. ¿Funcionó? No. Se traían libros del Uruguay, se escondían libros, se prestaban libros, se imprimía con mimeógrafo, circulaban escritos clandestinos a mano, nunca se pensó tanto ni se escribió tanto como en aquellas épocas, sobre todo poesía, sobre todo en esta ciudad.

El arte es libre por naturaleza, si es arte rompe las reglas, la poesía es subversión, retomando, tal cual, algunas palabras del genial Neruda vertidas en sus Memorias. La obra poética más importante de Paul Éluard, y de Jacques Prévert, a pesar de todas las violencias y a pesar de todas las censuras, fue realizada sino en la trinchera del frente de batalla (de las dos guerras mundiales),  durante la Resistencia,  cuando los nazis habían ocupado parte de Francia y estaban en París, y andaba paseando, de mano en mano, escrita en papelitos diseminados que pasaban, de francés a francés, para hacer de la guerra una etapa más vivible, a pesar de todo.

En el escrito de Chababo se retoma algo que es muy peligroso y en lo que la sociedad ha caído por sí misma, el tema de la autocensura, “la policía secreta ya está instalada en nuestras cabezas y el temor al escarnio público habita nuestras propias almas”. Es en este sentido que ya no es necesario ni la figura del censor, ni el aparato de una dictadura, sea del gobierno ni del sector político que sea, porque el sólo hecho de violar lo “políticamente correcto” al ofender a alguna comunidad o a alguna identidad vulnerada por algo nos pone en la picota en la plaza pública (al mejor estilo medieval), entonces, por miedo a ofender, por pánico de lastimar a alguien, nos callamos la boca y no nos permitimos decir (en todos los lenguajes que sea, el de la plástica también) lo que pensamos o sentimos.

Es en este sentido que algunos autores emparentan esta época a la Era Victoriana (hipócrita y represiva, sobre todo del tema sexual), otros hablan de Sociedad Posmoderna, como por ejemplo Beatriz Sarlo, en donde reina  lo fugaz, lo instantáneo y lo escópico, y otros autores, como Toni Negri o el mismo Michel Foucault  hablan de una Segunda Edad Media, gobernada por el oscurantismo del pensamiento, el no-pensamiento la mayoría de las veces, gobernado por los cuerpos dóciles dominados bajo las encrucijadas de los dispositivos del bio-poder. Giorgio Agamben habla de la vida desnuda en tanto resto residual ni humano ni animal que es objeto de exposición a la violencia propia del sistema neoliberal: los presos, los inmigrantes ilegales, los prisioneros de los campos de concentración.

El capitalismo neoliberal necesita ese resto residual viviente que entra en la categoría de lo sub-humano, lo que Eduardo Galeano llamó “los nadies”, para Agamben son restos, deshechos vivientes, algo que entra fácilmente en el derecho penal del enemigo, gobernado por un estado de excepción permanente en donde los excluidos, los desclasados, pasan a ser, siempre, la clase peligrosa para el resto. Es importante mencionar que esta clase, los desclasados, los excluidos socioeconómicamente, hoy por hoy entran a jugar como soldados (desde chiquitos) del narco de turno, y pasan a ser futuros narcos, según como vayan negociando a lo largo de su historia, los lugares de venta y consumo de mercadería y a quién(es) vayan asesinando por el camino. Así, de excluidos sociales pasan a ser jefes de determinadas bandas que son las que deciden o no quién gobierna y bajo qué condiciones cada lugar.

La libertad de expresión en tanto derecho humano es crucial no tan sólo para expresarse libremente en tanto seres que somos, sino también para manifestar desde nuestro propio interior quiénes somos, qué sentimos, qué deseamos, qué nos pasa…

Las producciones culturales en tanto criaturas creadas deben de ser independientes, libres de toda censura, externa o interna, es imposible crear si nos estamos autocensurando para tratar de agradar al otro sin ofenderlo. El mejor arte, el de vanguardia, fue el que creció solo, creado libre, no importa si ofendió o no en su momento al público o a los pares: Van Gogh para sus contemporáneos fue un loco que pintaba horrible y hoy por hoy cualquier obra de su autoría es valuada en muchos millones de dólares. A pesar de lo que dijeron en su momento. El canon del arte es construible y deconstruible en forma permanente y simultánea. Ningún canon es para siempre. Ninguno.

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