“Trabaja, consume, muere”, dicta el mandato. Suscribe el anarquismo. Presente en el barrio Echesortu por medio del Graffiti. Antigua técnica pero efectiva que se recicla permanentemente y nos sorprende. Y nos deja pensando. Trabaja para poder consumir, consume hasta que te mueras. Es la dictadura del capital. Trabajar para tener capital para después poder consumir y así, morirse consumiendo.

Hasta los entierros tienen un precio exorbitante y dan de comer a un montón de gente. Hasta después de muertos seguimos consumiendo. Los precios de los nichos también suman. Son las leyes del mercado. Las únicas. Nos terminaron convenciendo (parece, al menos). No hay otras. Trabajar para poder consumir para después terminar muriendo dentro del consumo. Es el mercado del consumo el que instaura la lógica del consumidor-consumido. Es esa misma lógica la que hace que muchos entren en adicciones sin fin de las que nunca podrán salirse. Entrás pensando que podés manejar lo que consumís según los designios de tu propia voluntad y después, cuando estás adentro, te das cuenta que te maneja el objeto de tu consumo, o la sustancia que consumís, que para el caso, es lo mismo, y que ya no tenés más voluntad para decir “no”, “basta”, “hasta acá”, “suficiente”. Te copó el mercado y se adueñó de vos, de tu voluntad, de tu vida material y también, y por sobre todas las cosas, de tu vida espiritual y anímica. Es la dictadura del capital.

Es el sistema. Es lo único. ¿Es lo único? ¿No hay ninguna alternativa válida? ¿No seríamos más felices disfrutando de la propiedad comunitaria de la tierra, y de paso, cuidando al medio ambiente que peleándonos para ver quién tiene el celular que tenga más funciones sorprendentes como hacen los chicos en la escuela? ¿Nadie dijo o nadie sabe o nadie quiere saber que la tecnología electrónica es también y de paso cancerígena, y también y de paso se creó para cumplir funciones más laborales que de esparcimiento? ¿O tenemos que idiotizarnos todo el tiempo con una pantalla para no enterarnos lo que pasa a nuestro alrededor? ¿No es un objetivo político no saber qué pasa? ¿Es demasiado anacrónico hablar de vínculos personales como el amor, la amistad, la solidaridad, etc.? ¿Ya no queda bien en este mundo decirle al de al lado, ¿cómo estás? ¿Está demasiado mal?

Otras

“Vivas nos queremos”, dicta el mandato en la marcha. Es más un deseo de bienaventuranza que cualquier otra cosa. En la era de la tecnotrónica digitalizada la brutalidad de los femicidios crece a mansalva. La violencia contra la mujer, en general, también. La pérdida del status de hombre proveedor como una condición necesaria, la existencia de la mujer por sí misma, no sólo trabajando y estudiando sino además criando a sus propios hijos, en soledad, pone al hombre en un jaque a su propia masculinidad que lo revira. Ya no es necesario tener un hombre al lado para vivir, tampoco para asegurarse la subsistencia ni la de los hijos. Las mujeres demostraron que pueden solas y, a veces, pueden mucho más y mejor que los hombres. Ya no tienen por qué someterse a los mandatos de un ogro de entrecasa que siempre viene enfurecido de la calle. Tampoco están recluidas todo el tiempo dentro del hogar. Salieron afuera y pudieron.

El status de virilidad del macho se perdió y las leyes del patriarcado se desdibujan: aparecen otros sexos y ser heterosexual y monogámico ya no es necesario. Tampoco casarse de blanco para formar familia forman parte del objetivo mental de muchas niñas que tienen la cabeza puesta en la facultad, el medio ambiente o alguna militancia muy bien puesta con alguna causa más que comprometida. “El problema del príncipe azul es que si lo lavás, destiñe”, diría una amiga; y sí, es así. Ya nadie cree en el príncipe azul, a pesar de que algunas madres y sobre todo abuelas sigan muy abnegadas creyendo en esa fábula. El final de “fueron felices y comieron perdices” tampoco pega con ninguna historia terrestre de ninguna pareja normal de estos tiempos.

Pasa que el mandato del patriarcado persiste y subyace como mar de fondo a pesar de y termina definiendo muchas conductas como hechos criminales. Al momento no hay otro mandato. La sociedad sigue siendo patriarcal por más que movimientos feministas cada vez más poderosos vayan determinando otra cosa. Todavía hay madres y abuelas que crían niñas como si fueran princesas con el destino de casarse con el mejor príncipe que puedan conseguir. Muchas adolescentes enamoradas terminaron y siguen terminando en manos de asesinos brutales que parecen haber irrumpido de la época de las cavernas. Y no. Estamos en 2018. Entender al femicidio como un tipo específico de genocidio propio de la época es también empezar a entender que el modelo impuesto por la sociedad patriarcal está agotado, perimido. Para la antropóloga Rita Segato el patriarcado define relaciones y roles en posiciones jerárquicas ya establecidas.

La pérdida del status en el rol enfurece al varón en contra de la mujer. El femicidio entendido como un crimen de odio no es el emergente de una estructura psicopática individual, que aparece en forma disruptiva, sino el mandato de la sociedad patriarcal para restaurar el status de la virilidad perdida. En este marco la violación aparece como un mandato social en una cultura sexualmente violenta. Tiene un efecto moralizante hacia la mujer que se salió del rol y demuestra y reivindica la virilidad del violador frente a sus pares varones. Diana Scully sostiene que “la violencia sexual tiene un origen sociocultural: los hombres aprenden a violar”. Llega a esta conclusión entrevistando a más de cien violadores en la cárcel. Para Rita Segato “la construcción occidental del género enyesa la sexualidad y la limita al dimorfismo anatómico de manera mucho más esquemática que otras culturas no occidentales” (Segato, 2003)
Fascismos

“¿Por qué?”; “Porque yo digo”. Ese era el fundamento para las órdenes y prerrogativas maternas y paternas propias de mi época. Con ese fundamento alcanzaba. No había la opción de discutir ninguna orden. No era una democracia. Era la dictadura de papá y mamá diciéndote lo que tenías que hacer y basta. Las cosas se hacían así porque ellos decían y no había otra.

“La manzana podrida pudre al resto”, decían las seños en la escuela mientras practicaban abiertamente la discriminación entre los niños. “Dios los cría, ellos se juntan y el diablo los amontona”, decían, procediendo a separar los infantes más molestos e indisciplinados.
Parece mentira haber llegado a esto, pensaba, mientras escuchaba un Bolsonaro triunfante en Brasil en las últimas elecciones presidenciales. ¿Parece mentira? ¿O es lo que necesita la mayoría de la gente para estar más tranquilos? “De la libertad al libertinaje hay un paso”, decían las profes de secundaria, en pleno proceso militar. Hicieron un concurso de poema ilustrado, había que elegir un poema e ilustrarlo, nada más, todas (era escuela de mujeres) quisimos a Neruda. “Neruda no. Está prohibido”, nos dijeron. Ese fue el fundamento. No apareció ningún poema de Neruda en el concurso a pesar de nuestra voluntad férrea de ilustrar “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Pero no. No pudo ser. Nadie osó explicar que era porque Neruda, por comunista, formaba parte de la lista negra de artistas.

Pudo ser después, en plena democracia, cuando creímos en Alfonsín y con él que “con la democracia se comía, se educaba y se curaba”. Parece que no. Que con la democracia no alcanza. Que no alcanza para nada. “Son planeros”, refieren algunos, despectivamente hacia los beneficiarios de planes sociales. “El problema es que no quieren trabajar”. “Son pobres porque son vagos y no hay que mantenerlos”, sostienen, “En este país hay demasiados planes”, la solución es exterminarlos con querosén o “el que quiera andar armado, que ande armado”, sostiene la ministra de seguridad con una irresponsabilidad muy grave desafiando abiertamente toda ley que exista o todo sistema jurídico en funcionamiento. “Acá hace falta un Bolsonaro, no éste pirincho”, sostuvo una vieja en la cola del rapipago.

“La chorra es Cristina” sostienen infaliblemente todos los medios (o casi todos), a pesar de que la justicia dicta la falta de mérito ; y “hay que vender lo que se pueda” sostiene el innombrable (que ya no es el de Anillaco) y entonces hay que vender Aerolíneas y Vaca Muerta ya debe estar en el bolsillo de Cristina que no es ya la de Kirchner, sino la Lagarde, y nunca aparecieron los pesitos del Correo Argentino en manos de la familia Macri, pero bueno, para el sentimiento popular y el imaginario social la chorra sigue siendo Cristina K. “Hay que echar a los extranjeros”, sostiene Picheto; bueno, como dijo alguien, entonces echen a Benetton, Lewis y sobre todo a la Lagarde que también son extranjeros. ¿O molestan nada más que los bolivianos y paraguayos y ahora, y sobre todo, un par de turcos?