Por Gustavo Fernetti

La minifrase “la gente” ha tenido varias interpretaciones. Por lo general, se habla de personas comunes como el que la alude. A veces, como la Revista Gente, se trata de personas  supuestamente destacadas. La nonagenaria Mirtha Legrand suscribe el primer término sólo para dejar en claro que ella no pertenece a ese grupo humano. O sea que en realidad aprecia el de la revista, en la que suele figurar.

Estos dobleces son comunes.

En el barrio, cuando se dice “la gente” se la supone chismosa, espiona e interesada, hay que tener cuidado de lo que dice “la gente” y quién dice “la gente” –como Mirtha- no se incluye en ella.

A menos que le agregue el calificativo “común” o padezca una desgracia colectiva como el actual desastre económico, que sí o sí lo incluya.“-Este gobierno no piensa en la gente” argumenta, suplantando el “nos”. Mirtha lo dijo y la gente… también es ventajera.

“La gente” se opone a “el pueblo”, término político si los hay.

“La gente” es, por una inexistente definición, apolítica o su politicidad no importa. Sufre, calla, aguanta. El pueblo se rebela, en cambio la gente es cobarde. No le dice su nombre a Mirtha, se calla, se esconde, desea el anonimato para no recibir el palazo, en cambio “el pueblo” lleva palos en la mano y dirigentes con nombre y apellido.

“La gente” también es vengativa. No tolera las derrotas de sus protegidos, de los que ha elegido. Ante la caída de sus ídolos, los pisotean y se burla de ellos. A veces, por cobardía, los olvida o los niega. Gente idolatrada como Bernardo Neustadt o Guerrero Marthinheitz, antes representantes de “la gente” hoy se pudren en polvorientas tumbas.

La gente a veces se desmadra.

Pide a gritos justamente lo opuesto a lo que pide el pueblo. Pide pena de muerte en vez de justicia, desalojo en vez de vivienda, reacción en vez de revolución. Es castigada por todo ello, puesto que los gobernantes creen que la gente quejosa pide justicia, vivienda y revolución. El ciclo recomienza pidiendo castigo a los que la perjudicaron para apoyar -20 años después- a los herederos de esos verdugos.

La gente posee también una autoimagen. Se ve a sí misma –en los casos en que se alude a ella misma – como sana, limpia, de casa propia u honestamente  alquilada, honrada y sufriente. La gente se supone de clase media pero incluye a regañadientes a los proletarios, linyeras y villeros que “no viven como la gente”.

Esa gente

 

“-Mirá, yo siempre trabajé en la cooperadora de la escuela… íbamos todos los sábados a trabajar, pintar, juntábamos en las polladas una platita… hasta que vino esa gente.”

“Esa gente”. “Esa gente” es la gente que no es como uno, que es “gente”.

En los años 90, frente a la pauperización de las clases medias urbanas, una buena porción de “la gente” se desmadró.

Invadió los lugares sagrados de “la gente”: escuelas, museos, iglesias, cooperadoras, vecinales. El ocupar lugares encumbrados munidos de conceptos como modernidad, eficacia, eficiencia, ganancia o celeridad, “esa gente” robó todo lo que pudo. No eran villeros, eran “gente”: desempleados, ex ferroviarios, oficinistas sin trabajo, lumpenes de clase media, avivatos.

Con la excusa que la institución era obsoleta prometían, de ser sus conductores, un futuro brillante a cambio de unos cuantos miles de pesos.

Los intrusos, “esa gente” a pesar de estar señalada ganó mucho dinero en los años 90.

Miembros de esa casta –por ejemplo- por un estipendio provincial capacitaron a docentes en fileteado de pejerrey o en refrigeración del automóvil, a pesar de no estar esos nobles oficios en la currícula del EGB.

“-Todo empezó cuando el Club de Madres quiso manejar su propia plata, por estatuto no se podía… pero como la presidenta era la esposa del presidente, se hizo cualquier cosa… ahora la cooperadora está intervenida, esa gente desapareció. Yo renuncié.”

 

“-Estábamos mal (en la vecinal)… pero se juntaba algo. Vino esa gente y prometió el oro y el moro… nos fundieron peor. Me fui dando un portazo.”

La renuncia.

Renunciar es lo que hace “la gente” cuando choca con “esa gente”. La reacción más violenta es el portazo, la renuncia, el grito entre cuatro paredes a lo sumo. “A ver si me ligo un juicio”. No solucionar el problema, sino irse.

¿Qué pasó para que esa runfla de ventajeros se meta en instituciones que habían permanecido alejadas de las estafas por medio siglo?

Durante la década del 90 (como está empezando a pasar ahora) millones de personas empezaron a tener problemas de supervivencia material Muchas. Las que pudieron- se fueron a Barcelona o Roma. Otras cobraron un dinero –el famoso retiro voluntario- y pusieron con entusiasmo un kiosquito.

Cuando el kiosquito ya no le vendía a otros kiosqueros, cuando los retiros voluntarios dejaron de serlo, ya no hubo dinero para vivir. Para no descender a un jipismo o ser villero, una parte de esos desempleados -“esa gente”- comenzó a pasar adónde había plata.

Las escuelas, parroquias, cooperadoras, clubes, asociaciones de madres, museos y cooperativas veían también reducir los fondos ¿Qué socio iba a aportar en un marco de desempleo? ¿Y si llega un inteligente, un astuto, un salvador?

 

“-Cayó un vecino, muy conocido, que dijo que iba mejorar al club, iba a sacar a los viejos que jugaban al truco por porotos…. Dijo que el club podía tener pileta, ser moderno y que tenía un concesionario interesado. Claro, vos pensá que la comisión éramos mi hermano y yo y el tipo traía socios nuevos… primero desvalijó el buffet, después esa gente se llevó los muebles…y la plata para el distribuidor de Quilmes la tuvimos que poner entre nosotros… por vergüenza vendí el R12, para pagar.”

Esa gente. Esa gente está volviendo.

Gente, vayamos a las cosas

Quien esto escribe desconfía de “la gente”. Es un término engañoso.

Todos podemos decir “la gente” para no incluirnos y sacar ventaja, como ese vecino que se queja del paro por un mejor salario, pero que igual recibe el aumento. Quien dice “la gente” se esconde detrás de un tapial, por las dudas que empiecen los gases.

También quien dice “la gente” desea algo, trata que “la gente” sea la que reciba un beneficio o al menos deje de ser perjudicada y eso lo incluye, o sea que si “la gente” mejora la calidad de vida o recibe mejor educación, será gracias al que lo dice y que justamente no está entre “la gente” pero forma parte de ella y recibe una mejoría. Esa villanía es habitual en “la gente”.

El término opuesto a “la gente” ya no es “el pueblo” sino “nosotros”.

“Nosotros” hoy es mala palabra, porque permite reconocer y que nos reconozcan. Identifica al que lo dice, o sea un horror, porque en tiempos de amanuenses y periodistas comprados, es un riesgo.

No es lo mismo “-Este gobierno está matando de hambre a la gente” a decir “-Este gobierno nos está matando de hambre”. En uno habla un portavoz, en el otro un hambriento.

Pero hay que ir por  eso, justamente. Mirtha Legrand morirá dentro de poco saturada de bombones y será enterrada con  honores por “esa gente”, por los intrusos que “nos” usurparon la cooperadora o la parroquia.

Algo tenemos que hacer, porque se viene la tormenta.

Pero mientras todos seamos “la gente”, no habrá solución, porque “la gente” no me incluye, no soy yo, los problemas son ajenos, yo jamás, soy inocente señor juez. Nunca el castrense no te metás fue tan operativo como hoy.

Quien esto escribe, amable lectora, amable lector, cree que hay que solucionar las cosas.

Apartándose por miedo de los demás es, desde ya, un problema.

Y es justo lo que “esa gente” desea: que peguemos el portazo para quedarse con la puerta.

Hasta la próxima asamblea.

Investigación: Arq. Gustavo Fernetti

Imágenes: Digo González Halama