El título alude a un verso del poeta chileno Jorge Teillier, que lo acuñó para siempre y su poesía, que él llamó lárica, seguirá imantada en el cielo de los hombres y en sus recuerdos más hondos y queridos cuando el mundo estalle como una burbuja o una pompa de jabón sobre el esplendor inútil que no supimos cuidar ni conseguir.
El poeta lárico vagabundeaba como yo por las calles de su pueblo natal como suelo hacerlo de vez en cuando y los chicos en la calle me saludan sin yo conocerlos y cada tanto converso con algunos, y entonces pregunto por sus apellidos que reconozco siempre y cuando aparece alguno que salta ante mí como un animalito extraño, recuerdo a mi tío Juan Isaías, parado en la puerta de calle, esa puerta de tejido que mi padre no le abría.
“Vengo a invitarte a un asado», decía él, como implorándole a su hermano mayor, ‘Para qué somos parientes entonces´.
Y mi padre lo dejaba sobre esa vereda de tierra seca como a un náufrago, en el lugar más duro de la tierra, como metido en su hondo desamparo para siempre.
Y yo sufría junto a él, con ese tejido que nos separaba, sin comprender que a mi padre lo avergonzaba mucho tener un hermano borracho.
De todos modos, Juan Isaías era un hombre dulce cuando no tomaba, un gran trabajador, que hacía el tambo bajo las estrellas ayudado por su familia, cuando había que apartar los terneros para que no le tomaran la leche de las ubres a sus madres y producían un gemido lastimero cuando los encerraban en ese corralito mezquino para que durmieran toda la noche allí y si llovía, el aire llenaba el campo con ese olor a llanto de niño que se escondía en los pastizales donde dormían a veces los perros y las perdices, cuando todavía podían andar por el campo libre de los pesticidas que vendrían con los años.
Qué extraño, sin embargo. No deja de ser una sorpresa que el verso de Teillier me sugiriera estas cosas, estos recuerdos tristes que yo -no sé por qué- tenía escondidos bajo un manto oscuro de cenizas, justo hoy que mi nieta Pilar me acaba de decir que cuando sea grande será escritora sin saber o imaginar que yo la observaba emocionado, «qué más da -diremos con César Vallejo-, emocionado», bajo el sol blando de este mediodía.
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