POR DANIEL BRIGUET

El tema es el feroz crimen del que fue víctima un chofer de línea el domingo l4 de abril en la zona bonaerense de Virrey del  Pino.  Lo que asoma en la pantalla, en la luz opaca de un sitio que bien podría ser una celda, es el rostro de un adolescente de dientes salientes que imita a una gallina, una oveja, un perrito. Lo hace a pedido de quienes lo rodean y no se ven pero se sienten, tal vez sus compañeros de encierro. Por ahí cae un manotazo en la nuca del chico que habla o repite un libreto y es el equivalente de lo que la jerga llama “un correctivo.” El único rostro que aparece en las repeticiones de lo mismo corresponde al primer sospechoso del crimen en cuestión, que el programa de Chiche Gelblung, por Crónica TV, desmenuza hasta el brillo de una mirada perdida.

“Hola, buenas noches, soy Pantriste, el asesino del colectivero” dice el sospechoso al comienzo y pide perdón por haber matado “por un boleto” (que no quiso pagar). La dicción es más o menos clara y refuerza la idea de un guión actuado por imperio de la camorra que acecha. La otra presunción – después confirmada – es que todo ha sido permitido y hasta promovido por policías de la seccional donde transcurre el breve monólogo, que a lo sumo durará poco más de dos minutos. Con el correr de los segundos la percepción del televidente avisado presume estar frente a la previa de un linchamiento, incluyendo todo tipo de golpes y algunas chuzas que corran por ahí. Como aquellos automovilistas que bajaban a patear la cabeza del joven Moreira, en una calle de barrio Azcuénaga, para después volver al coche y seguir su marcha. ¿Se acuerdan? Pero sería demasiado, aún en una cárcel de la  República Argentina.

 Cuando al fin vuelven los panelistas, las opiniones parecen dividas. Algunos creen que le puede tocar perpetua y otro, más moderado o ubicado, asegura que la pena real no pasará de seis años. Ante el estupor del conductor, explica que en un juicio abreviado, que obvia el ritual habitual, el fiscal puede ofrecer doce años de condena, pasibles de ser reducidos a la mitad mediante el dos por uno. La discusión se encrespa y por momentos parece flotar en el estudio el fantasma de Baby Etchecopar, el Justiciero del Éter, quien recibió la noticia del crimen con una andanada de exabruptos, le pidió al presidente Macri que “ponga de una vez las pelotas sobre la mesa” – soslayando el respeto a su investidura – y volvió a insistir con el progroom para los “negros de mierda” que antes se entretenían con los actos de Cristina, choripán y vino, y ahora salen a afanar.

  Lo curioso de este tachín tachín mediático, seguramente perturbador en miles de hogares a partir de la difusión de imágenes tomadas en vivo, es su escasa o nula  incidencia en la marcha de la investigación y el esclarecimiento del crimen. Pantriste hace su presentación en sociedad el miércoles l8 de abril, después de mediodía. Horas más tarde se conoce que los oficiales responsables de la kermesse carcelaria fueron trasladados y el jueves XX amanece con la versión de que tanto el protagonista, de l8 años, como su compinche, de l7, se declaran inocentes y atribuyen el crimen del colectivero a dos traficantes de droga, de los cuales uno estaría detenido.

De esto importa, además del giro de la causa, que una estrategia para zafar también puede ser vista como un caudal de información nueva que replantea el caso. La sola mención del término “droga” convierte una muerte aberrante y aislada en el punto nodal de una red de conexiones posibles. Eso a partir de conclusiones que ya pueden esbozarse a media mañana del jueves l9, luego de un recorrido por las tapas de los diarios, cuando escribo estas líneas.

 La ineficacia policial – a cuatro días de un delito cometido ante la presencia de varios pasajeros, el estado de la investigación es incierto -, la impunidad  y el sensacionalismo habitual en una franja de los medios solo contribuyen a oscurecer lo que debe despejarse y mantiene a la población en un clima de inseguridad, aún con la catarsis que aportan energúmenos del calibre de Etchecopar o noticieros devorados por la crónica roja.

  La impresión es que sigue dominando el afán de trazar una línea de cal que separe a réprobos y elegidos  – o inocentes y culpables – por encima de toda intención de prevenir la delincuencia y mejorar las condiciones de vida que empujan a la marginalidad a muchos chicos criados en la escasez y el desamparo. Gelblung usa con oficio el término “asocial” luego de las primeras emisiones de la imagen de El Viejo, apodo que ostenta el adolescente sospechado fuera del set de filmación.  No agrega que el caso de Pantriste puede multiplicarse por muchos, tanto en el conurbano bonaerense como en el de esta ciudad. Y que hay “asociales” también dentro de la ley, capaces de las mayores atrocidades bajo la protección del poder de turno.

Todo lo cual redefine la teoría del gatillo fácil, bajo la condición de extenderla en dos direcciones: es repudiable tanto en el policía que acribilla sin más a un ladronzuelo como en el atacante de un trabajador que está cumpliendo su tarea. Pero –esto también hay que decirlo – la diferencia entre la habilitación para portar armas y la prohibición de hacerlo termina dibujando escenarios distintos a la hora de evaluar cada causa, incluida la de Leandro Alcaraz, muerto a los 26 años.

 También daña en grado sumo el espíritu democrático la perversa manía de tratar a un preso como a un animal, propia de muchos carceleros y extensibles a la visión de ciudadanos de apariencia respetable

 Y una verdad de Perogrullo sobre la que no está demás insistir: el otro lado sigue poblado y algunos disparan en el instante menos pensado. De aquí a las cámaras de vigilancia conectadas a los principales canales y los shows sangrientos al alcance de cualquier vecino, hay un solo paso. Mientras tanto, el lector no debe olvidar su bien equipado celular al salir de su casa de modo de tenerlo a mano en caso de sufrir un ataque de malvivientes. Al menos podrá tomar la bala de frente al instante en que abandona el cañón de la pistola para alojarse en su frente o, mejor, entre ceja y ceja

 (Hay formas de la visibilidad que resultan letales).