El negocio del narcotráfico comenzó en Argentina el 24 de abril de 1978 cuando doscientos kilogramos de cocaína llegaron a la zona franca boliviana en el puerto rosarino. Fueron anunciados como azúcar y hasta recibidos por la plana mayor de ambas dictaduras. Hasta el almirante Emilio Massera estuvo allí. Ese origen, denunciado por un ex militar que trabajó en la represión ilegal, marca la característica del narcotráfico: negocio paraestatal y multinacional.
No es un flagelo, narcozoncera que remite a un castigo bíblico y divino y esto es dinero, sangre, barro, alegría para pocos y sufrimiento para muchos. Nada de divino, todo lo contrario, demasiado capitalista.
De arriba hacia abajo. Primero la logística, después la circulación y por último las y los consumidores consumidos y hasta los soldaditos inmolados en el altar del dios dinero.
Las noticias son elocuentes. La sangre derramada es de las pibas y los pibes en los barrios humildes, el dinero en el centro de las grandes ciudades de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Los allanamientos siempre en los barrios, nunca en los bancos, las mesas de dinero, las cuevas, las mutuales, casas de cambio o tesorerías de grandes clubes, empresas y hasta sindicatos.
Tampoco es estado ausente, otra gran narcozoncera. Porque el estado siempre está. La cuestión es la manera, el cómo está presente. De manera virtuosa a través de una escuela, un hospital, un centro de salud, una obra pública o de forma corrupta, a través de los nichos corruptos de las fuerzas de seguridad, nacionales o provinciales. Los que liberan la zona para que trabajen los bunker cerrados desde afuera durante todo el día y que una vez a la semana tributan a la comisaría del barrio. Fuerzas policiales que miran para otro lado hasta que tienen que justificar su supuesto servicio a la comunidad y ponen presos o matan a los pibes a los que antes les dieron carta blanca.
Y aunque las estadísticas hablan de economías delictivas, los discursos de las grandes fuerzas políticas repiten la necesidad de mayor presencia de fuerzas de seguridad en las calles de los barrios estragados por la desocupación y el empobrecimiento planificado. Pero pocas causas se cerraron en la Argentina del último cuarto de siglo por lavado de dinero que es la técnica por la que fluye el dinero ilegal en su viaje hacia la legalidad. Eso si, a las pibas y los pibes los detienen no por narcos, si no por consumidores. Fenomenal hipocresía que llena las cárceles de chicas y chicos menores de treinta años y la mayoría de ellas y ellos sin trabajo estable ni educación secundaria completa.
En forma paralela, la circulación de las armas, otro de los grandes negocios del capitalismo (petróleo, armas, medicamentos, narcotráfico y trata de personas) hace que en cada barrio de Santa Fe, Córdoba o Buenos Aires sea más fácil conseguir un fierro que un trabajo estable y con plenitud de derechos laborales. Pero a pesar de ello, cientos de pibas y pibes sueñan para dentro de cinco años de verse en familia, con trabajo y participando del club del barrio, como dicen las centenares de encuestas que se hicieron para distintos programas de inclusión social.
Las chicas y los chicos no piensan en ser sicarios. En todo caso esa es una pesadilla hija de la exclusión y la fenomenal y palpable falta de oportunidades pero aún así se las ingenian para pelear por sus propios proyectos. Sus cabezas y almas, tozudamente, son libres a pesar de los pesares impuestos.
Las bandas narcopoliciales que crecieron en las tres principales provincias argentinas lo hicieron como consecuencia de la falta de trabajo, educación, cultura, alegría y deportes en los grandes barrios saqueados por las políticas económicas que lograron la concentración y extranjerización de riquezas en pocas manos.
Pero allí están las pibas y los pibes, capaces de pelear por sus propios sueños, sabedores que el negocio del narcotráfico quiere usarlas y usarlos y nunca dejarles el sitio del goce o el placer.
Y mientras tanto, las bandas dirimen sus espacios de comercialización a tiros y la gente, en los barrios, resiste con dignidad, con la valentía simple de la gente simple, sin privilegio alguno pero esperando una nueva oportunidad en la vida, la que será consecuencia de la lucha y el compañerismo permanente.