A fines de mayo de 2020, Unicef Argentina advirtió que la pobreza infantil aumentará en la tierra donde alguna vez se juró que la niñez será la única privilegiada.
Los datos son contundentes.
Detrás de esos números caritas iguales a las de nuestras hijas, a las de nuestros hijos.
Las cifras dicen pero esconden esas bocas, esas manos, esas miradas.
El desafío es intentar poner un par de ojos detrás de esas cifras.
El empobrecimiento de las chicas y los chicos aumentará del 53 por ciento del segundo semestre de 2019 al 58,6 por ciento de finales de 2020.
De 7 millones de chicas y chicos a 7,7 millones entre cero y diecisiete años.
Hace ciento setenta años atrás, un general correntino que se definía como un paisano indio, jefe militar del primer ejército popular latinoamericano en operaciones elegido en una asamblea a cielo abierto en Rancagua, moría en el exilio por haber puesto en ejecución una serie de medidas que iban desde la primera campaña de vacunación hasta la expropiación de tierras, la confiscación de los diezmos en las iglesias e imponer como obligatoria la enseñanza secundaria.
Un gobernante que prohibía emitir metálico para pagar las deudas con el extranjero mientras existieran necesidades internas insatisfechas. Qué incómodo que siempre resulta el guerrillero de Yapeyú para los diferentes presentes argentinos.
José de San Martín, supuesto padre de una patria que lo echó los últimos veintidós años de su existencia, le había contagiado a casi cinco mil pibes de edad promedio de quince años la necesidad de cruzar las montañas más altas del mundo para pelear contra uno de los ejércitos más poderosos del planeta con la ilusión de lograr un gobierno que hiciera palpable el sueño de la igualdad.
Uno de los historiadores oficiales dirá que el guaraní dijo antes del final de todos los caminos que sentía que “era la tempestad que llevaba al puerto”.
Lo que es seguro es que aquel líder político de masas quería un estado capaz de producir transformaciones en una estructura social feudal y feroz y que solamente había cambiado de patrones: de los españoles a los hacendados criollos.
El exilio de San Martín, su muerte en la lejanía, la deliberada construcción del olvido sobre aquellas decisiones políticas tomadas cuando fue gobernador de Cuyo, protector general del Perú y capitán general de Chile, terminaron marcando algunos de los motivos por los cuales las pibas y los pibes pasaron de ser los únicos privilegiados a los primeros perjudicados.
La muerte en Boulogne Sur Mer anticipaba, de alguna manera, el tremendo presente de miles y miles de pibas y pibes en estos atribulados arrabales del mundo.
Diecinueve años después de la muerte de San Martín en el exilio, la burguesía argentina que había tomado el poder y que no quería saber nada con los hechos que produjo aquel general cuando gobernó Cuyo, junto a las administraciones de Brasil y Uruguay, unieron sus ejércitos para destruir la soberanía económica de Paraguay que, para ese entonces, había logrado analfabetismo cero, la puesta en punto de fábricas propias y buscaba un desarrollo autónomo de la potencia hegemónica del momento, Gran Bretaña.
Desde 1865 a 1870, la guerra de la triple infamia aniquiló al pueblo paraguayo y hasta le impusieron como pena la proscripción del guaraní.
Pero el 16 de agosto de 1869, en la llanura de Acosta Ñu se produjo una de las más dramáticas batallas de aquel genocidio.
Tres mil soldados veteranos brasileños arrasaron al ejército paraguayo que los enfrentó con una enorme entrega de valentía.
Cuando el enfrentamiento terminó, los brasileños se dieron cuenta que los soldados paraguayos eran chicos entre diez y catorce años que tenían barbas postizas para simular ser mayores de edad.
La fenomenal valentía de la pibada paraguaya generó una mayor perversión en el ejército invasor y entonces ordenaron quemar las tiendas de campaña donde se había improvisado un hospital para atender a los chicos que todavía estaban vivos. Los quemaron vivos.
Con el tiempo, el 16 de agosto se convirtió en el día del niño paraguayo hasta que la dictadura de Stroessner la borró del calendario.
Ahora, cuando los almanaques parecen significar mucho menos que los fantasmas que convocan, es preciso marcar un camino entre la muerte de San Martín en el exilio, la masacre de los pibes en Acosta Ñu y el empobrecimiento de las chicas y los chicos en Argentina para fines de 2020.
La soledad de San Martín fue producto de la condena política a un proyecto que buscaba la igualdad.
La masacre de Acosta Ñu fue la decisión de terminar con todos aquellos que soñaban con un presente de felicidad para las grandes mayorías.
De Boulogne Sur Mer a la planicie de Acosta Ñu, hay una causa que explica el aumento de la pobreza entre la pibada.
La tozuda violencia de las minorías por ahora impune.
Fuente: Diario “El Litoral”, Santa Fe, 20 de mayo de 2020; “Artigas y San Martín, el proyecto del siglo veintiuno”, del autor de esta nota.