1.
Soñé que estaba dando clases. Era un tema interesante y mis alumnos estaban atentos al debate. Al rato, con la lógica de los sueños, la mitad del curso apareció jugando a las cartas. Sentí al mismo tiempo que quizás el tema los aburrió y también que eso era una falta de respeto. Me enojé. A los que estaban jugando les dije que sigan pero que no escuchen la clase (?). Se quejaron, pero creí que un poco de autoridad venía bien para ordenar la situación. No recuerdo lo que pasó antes ni después.
El dilema del orden y la libertad apropiados para dar clases ya me persigue hasta en los sueños. La impotencia ante la falta de respuesta del alumnado también.
2.
Una alumna me contó que le dijo a su madre algo que hablamos en clases. Nuevamente la frase de Epicteto: «Hay cosas que dependen de mí; hay cosas que no.» Simple y potente a la vez. Me contó que su madre se preocupa mucho por una situación familiar que no depende de ella, porque es una decisión que debe tomar otra persona. Le pregunté qué le respondió, y me dijo que se quedó pensando y que la tranquilizó un poco. Una pequeña utilidad de la filosofía.
3.
Llegué al salón y algunos alumnos estaban preparando las sillas para armar la ronda que siempre hacemos. Les había llevado para leer un fragmento del Fausto de Goethe y un poema de Juarroz. Ambos relacionados con la idea de que los nombres no son las cosas.
Una vez empezada la clase, casi por lo bajo, una alumna me hizo un comentario que sentí ofensivo y me dejó vulnerable. No respondí nada. Un poco porque no pude, otro poco porque no quise. Me quedé en silencio.
Los chicos hablaban a una velocidad impresionante. Leyeron los textos e intentamos un debate, pero fue infructuoso. Me pedían que hable, que les explique el poema. Yo les decía que no y seguía en silencio. Me pedían que dé clases, yo les decía que eso estaba haciendo.
Al rato, una alumna comprendió. Le dijo a sus compañeros que en el curso nunca hay silencio, que no pueden hacer silencio, y que por eso yo actuaba de esa manera. Entonces, quisieron intentarlo. Estuvimos cerca de 5 minutos sin decir una palabra. Hubo alguna que otra risita de incomodidad, pero fue un momento maravilloso, necesario.
4.
Hoy escuchamos tangos en clase: «Uno» y «Naranjo en flor». Analizamos e interpretamos las letras. Hablamos sobre la importancia de aprender de las experiencias y del desapego (cuando resulta necesario). Una alumna relacionó la Carta a Meneceo con las letras, porque Epicuro dice que sufrimos cuando esperamos algo que quizás no llegue. Al final les recomendé «La insoportable levedad del ser» y este fragmento de un poema de Fernando Pessoa (Caeiro).
5.
Hace unos días, en un acto escolar muy creativo, me preguntaron qué había aprendido de mis alumnos. Luego de pensarlo unos segundos y darme cuenta de que la respuesta era difícil, recurrí al chiste: Nada. No aprendí nada. Nunca.
Hoy temprano participamos de una segunda instancia de la Olimpiada de Filosofía (UNT). Para mis alumnos y alumnas, el resultado (en términos competitivos y exitistas) no fue el esperado. Sin embargo, creo que estas instancias son experiencias de aprendizaje muy valiosas. Por mi parte, en un momento de la mañana me resonó aquél chiste de que nunca había aprendido nada de mis alumnos, y pude distinguir algunos aprendizajes:
Aprendí del texto que escribió una alumna que se puede ser contundente con pocas palabras, potenciando el propio «yo» ante la mirada ajena.
Escuchando la lectura de otra alumna, me sorprendió la cantidad de preguntas que pudo pensar haciendo foco en un solo tema, poniendo por escrito un recorrido admirable de su propio pensamiento.
Aprendí que los adolescentes pueden demostrar una gratitud inmensa y que pueden ser conscientes de algunos pequeños detalles en los que nos concentramos los docentes para que puedan desarrollar sus capacidades de la mejor manera, cuando un alumno me dijo que le gustó haber participado y que no se iba a olvidar de la experiencia.
Y, quizás por sobre todo, aprendí que la amistad puede manifestarse de muchas maneras cuando, esta mañana, dos alumnas tenían que leer un diálogo filosófico que habían escrito juntas, y una de ellas tenía demasiada vergüenza y no quería pasar al frente. Su compañera la entendió, pero a la vez no dejaba de incentivarla. Durante toda la mañana intentamos que tome la decisión de pasar a leer para que pueda vivir la experiencia y superar esos miedos. Siempre, obviamente, resguardando su comodidad y su decisión. Si ella decidía no pasar, iba a estar bien. En un momento, me preguntó si era sano hacer cosas que hacen feliz a los demás, aunque uno no quiera hacerlo. Entonces le dije que, si ella sentía que pasar al frente a leer su texto era para cumplir lo que nosotros le pedíamos, no lo haga, de ninguna manera. Pero que, si creía que leerlo iba a proporcionarle algún aprendizaje, y si tenía ganas de experimentarlo, que lo haga. Pero decisión suya, y de nadie más. Al final, ambas pudieron leer lo que habían escrito y recibieron merecidos elogios. Su texto hablaba sobre qué es la amistad, y lograron ponerle las palabras y el cuerpo a sus reflexiones.
Muchas veces naturalizamos nuestro trabajo y reproducimos formas y contenidos como una mecánica inconsciente, y cuesta vislumbrar este tipo de aprendizajes. Por eso, está bueno que, cada tanto, podamos detenernos y ponerlos en palabras, como una manera de potenciar la reflexión y el recuerdo de las experiencias que nos transformaron.
6.
Ante la falta de gas en la escuela, un poquito de creatividad para combatir el frío: