“A su esencia y su fluir pertenecemos
desde el puño de los remeros hasta el modo de decir.
Al bajar nos atraviesan estos ríos,
mansos de los pagos míos de la fuente guaraní”
“Un sol de fuego nos abrasa y las brisas tibias de la tarde, apenas hacen estremecer nuestros cabellos”, dice el diario El Patriota en un típico día de verano rosarino. Estamos en el ocaso del año 1858 y sin embargo sabemos de qué habla el cronista: el calor agobiante, la humedad y el sol que raja la tierra. Todos conocemos el verano en Rosario. Inmediatamente agrega: “Es preciso correr al Paraná y sumergirnos en sus ondas, para refrescar la sangre que hierve en nuestras venas, como bulle la lava en las profundidades de la tierra”. Los siglos pasan y seguimos corriendo al río a refrescarnos, a cortar con el agobio de la ciudad, a encontrarnos con la naturaleza. Lo hacemos porque es parte de nuestra identidad: el Paraná nos define, nos construye y nos determina.
Siendo presidente, Julio Argentino Roca llegó a nuestra ciudad en octubre de 1902 para colocar “la piedra fundamental” del Puerto del Rosario. De esta forma, se daba inicio a la construcción de nuevos muelles y a la ampliación del puerto. El diario El Día relata con éxtasis el momento: el progreso llegó, y a Rosario sólo le espera un horizonte de gloria, donde el comercio es, indudablemente, fuente de civilización y riqueza. En una de las columnas, un cronista cuenta su paseo por las orillas del Paraná mientras medita sobre lo acontecido. “(…) pareciéndome que el río había parado su curso, que los frondosos árboles que embellecen su Delta plegaban en silencio las hojas, que los remolinos del aire dormían colgados en las ramas, y que los espíritus de otras generaciones-congregados en aquellas orillas- cantaban con voz dulce y sonora, el himno de gratitud que hoy se escapa de todos los pechos rosarinos”. Con esto, aparece otra dimensión: el río como puerto, como esperanza de progreso, como herramienta para el crecimiento de una ciudad. Pero también lo podemos ver como paseo, como momento de reflexión, como metáfora.
Tiempo después, en los comienzos del año 1936, se puede leer en una revista de la ciudad: “Lo que no han de saber muchos rosarinos es que, a 500 metros de Rosario, se encuentra ubicada una extensa isla (…) perfectamente aprovechable para la expansión futura de la ciudad”. Para el cronista de Monos y Monadas, quien estuviese parado en Oroño y Córdoba podía llegar más rápido a la isla a pie que a Pellegrini y Corrientes. En las fantasías pasadas, en los proyectos fallidos y en los objetivos que no fueron, se pensó en un puente como una extensión deBoulevard Oroño, donde el centro de la ciudad se unía con la isla El Espinillo. Se creyó que se construiría cuando Rosario llegase al millón de habitantes, número que se estimaba para el año 1947. Los cálculos pueden fallar y la población alcanzó el millón 70 años después de la fecha estimada. El puente sí se construyó, pero para unirnos con Victoria y eso recién sucedió en el 2003. Sin embargo, el interés por las islas no cambió, y nos largamos a cruzar el Paraná con canoas, botes, lanchas y kayaks. Como en aquel momento lo consideramos un espacio verde necesario, un respiro del día a día, un lugar de ocio, de esparcimiento, de diversión. Lo habitamos, lo navegamos y lo exploramos.
Tres momentos distintos de la historia, tres escenarios diferentes de nuestra ciudad y, sin embargo, el Paraná y las islas se muestran como una constante. Reaparecen bajo distintas lupas, en distintos proyectos y en diversas miradas, pero forman parte de nuestros relatos a lo largo del tiempo. Quizá sea momento de asegurar que el río nos construye como sociedad rosarina y nos brinda una identidad. Tenemos una relación recíproca donde las dos partes nos determinamos mutuamente. Por eso, cuando vemos el fuego arder del otro lado, cuando el rojo ilumina la oscuridad del Paraná en la noche, no solamente contemplamos un pedazo de tierra destruirse, con toda la vida que lleva dentro, sino que además sentimos con dolor e impotencia que nos rompen la casa con violencia y desprecio. Defender el río y las islas es luchar por cuidar nuestra identidad, ésa que se ve atacada con tanta impunidad.
“Son del agua nuestros hijos,
flores del camalotal.
Lo que se derrame al río
en su sangre quedará” *
*Fragmentos de “Agua Dulce” de Jorge Fandermole.