En los primeros años de la década del noventa, cuando Carlos Reutemann era gobernador de Santa Fe por primera vez, un tornado maltrató a la ciudad histórica de San Lorenzo, donde San Martín iniciara su proceso liberador con el primer ejército latinoamericano en armas.

Las paredes del viejo convento donde aguardó a los españoles se cayeron como si fueran de cartón pero los mayores estragos se produjeron en el barrio norte, cerca del límite con Puerto General San Martín, donde todavía estaba el puente “Homero Manzi”.

-Una nube de luz nos voló el techo y nos envolvió como si fuera algo espacial y mágico – decían las señoras y los hombres en aquellos días. Una descripción inolvidable. A la altura de un fenómeno meteorológico único y ojalá irrepetible.

El barrio norte de San Lorenzo tiene una identidad propia.

Familias portuarias, pescadoras, changarines y ex obreras de lo que alguna vez fue el segundo cordón industrial más importante de América latina.

Hoy, muy cerca de allí, en las aguas ahora petisas del Paraná, se van el 70 por ciento de las exportaciones argentinas.

Muy cerca de allí, a cuadras del barrio Norte, millones de dólares se van muy lejos.

En los últimos quince años, como consecuencia del saqueo del trabajo en blanco y la desaparición de las industrias locales, la geografía del barrio empezó a ser manchada por los negocios mafiosos, desde la prostitución ofrecida a miles de camioneros que llegan a las exportadoras hasta el narcotráfico.

Otros tornados. Otras tormentas. Cotidianas y oscuras.

Después de la semana que recordaba los 210 años de la revolución inconclusa, un hombre de más de cincuenta años fue asesinado y dejado a las puertas del Hospital “Granaderos a Caballo”.

En el barrio Norte, entonces, supieron que venía el vuelto, la revancha.

Sin embargo no hubo patrulleros preocupados por mantener la tranquilidad de la mayoría de la gente que siempre intenta pelearla desde cualquier forma de trabajo legal a pesar de las distintas tentaciones del sistema.

El jueves a la tarde, decenas de balazos rompieron el clima del caserío.

Brian “Runi” Sánchez, acostumbrado a pedir moneditas en el camino de tierra entre San Lorenzo y Puerto San Martín, fue cosido a balazos.

Tenía dieciséis años y una contextura física que parecía corresponder a un chiquito de once.

Decenas de pibas y pibas como él salieron a reclamar justicia.

Las cámaras de televisión de los canales rosarinos transmitieron en directo aquella marcha de chicas y chicos trepados a contenedores en rueditas que funcionaban como grandes tambores y pequeños camiones.

Una pueblada de chicas y chicos.

Hartos de que de les roben los amigos y las amigas, los sueños y los proyectos.

Dos hombres debaten la propiedad del flujo del narcomenudeo en el barrio, Willy y Pipi, ambos con contactos con los grandes grupos narcopoliciales rosarinos, como Los Monos y los vinculados a Esteban Alvarado.

Desde noviembre de 2014, cuando mataron a Any Rivero, a la salida de un boliche en la vecina ciudad de Capitán Bermúdez, comenzó un nuevo mundo de ferocidades que convive con el supuesto mundo normal de todos los días en estos parajes del ex cordón industrial del Gran Rosario.

-No quiero sicariatos en San Lorenzo – pidió con sinceridad y desesperación el intendente de la ciudad histórica.

Ya es tarde.

Brian, con su carita de nene, ya forma parte de las crónicas policiales que confirman que no hay aislamiento preventivo social y obligatorio que paralice los negocios ilegales del sistema.

Serán esas chicas y esos chicos los que deberán continuar su marcha no solamente para expresar su bronca y dolor porque le arrancaron a Brian, las y los que deban seguir caminando para construir un presente con mayor justicia e igualdad.

Mientras tanto, los nuevos tornados formarán parte del clima cotidiano en el barrio Norte.

Fuente: entrevistas realizadas por el autor de la nota en la ciudad de San Lorenzo, el viernes 29 de mayo de 2020; diarios “La Capital” y “Rosario/12”, del sábado 30 de mayo de 2020.