EL IDEAL DEL FASCISMO AL FASCISMO RESUCITADO

El espectro del fascismo parece vagar de nuevo con una gran fuerza en la actualidad. La victoria electoral de Giorgia Meloni en Italia ha revitalizado los miedos del pasado, pero también ha reabierto el debate sobre hasta qué punto el proyecto político que ella encabeza puede ser realmente tachado de «fascista».

Al respecto, es sintomático observar las discrepancias terminológicas entre los expertos en el tema. Por ejemplo, Steven Forti se ha referido recientemente a Hermanos de Italia como una forma más de extrema derecha, algo que ha ampliado a otros partidos europeos en su libro Extrema derecha.

Un pensador como Enzo Traverso, siguiendo lo que ya había expuesto en su libro Las nuevas caras de la derecha, ha preferido hablar en términos de «posfascismo», y en esta línea se ha movido también Alba Sidera, autora de Feixisme persistent. En cambio, Paolo Flores d’Arcais ha descrito a Meloni incluso como una «ex-neoposfascista», mientras que Daniel Vicente Guisado y Jaime Bordel Gil, siguiendo la terminología de Cas Mudde, han utilizado en Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia el concepto de «derecha radical».

Más allá del caso italiano, Federico Finchelstein ha empleado en varias ocasiones el término «neofascismo», como en su libro Del fascismo al populismo en la historia, mientras que Joe Biden se refirió hace poco al trumpismo como una forma de «semifascismo». Respecto de este tema, se podría llegar a decir incluso que hay más problemas con la denominación que con el análisis, en muchos aspectos concordante.

   Ciertamente, la cuestión terminológica no es fácil de resolver. Para empezar, porque el término «fascista» no es solo descriptivo, sino que, empleado en general como insulto, es más bien valorativo y condenatorio, lo que explica que muchas veces haya sido utilizado de manera exagerada (y contraproducente).

En segundo lugar, la diseminación de los marcos de extrema derecha ha contribuido a desplazar la ventana de Overton, ha ayudado a la polarización política actual y ha propiciado a su vez que los discursos de las derechas convencionales se hayan radicalizado, con lo que algunas retóricas que hace años se consideraban extremas ya no lo parecen tanto e incluso se han «normalizado» en la esfera pública.

Por otro lado, los fascismos, posfascismos, parafascismos o extremas derechas actuales no dejan de albergar importantes particularidades, desemejanzas, contradicciones e incluso conflictos entre sí, razón por la que también se ha distinguido muchas veces el «posfascismo» del «neofascismo». Eso sucede asimismo en partidos geográficamente cercanos, pero no poco distintos y enfrentados en otros aspectos, como la Liga de Salvini y Hermanos de Italia (Fdi, por sus siglas en italiano) de Meloni o Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y La Reconquista de Éric Zemmour.

Finalmente, no se debe olvidar que entre la extrema derecha actual y el fascismo histórico de hace un siglo hay no pocas diferencias. Por supuesto, eso también incluye la relación entre fdi y el régimen de Mussolini. Y no por ello se puede pasar por alto que entre ambos hay asimismo bastantes continuidades. Para empezar, es sabido que fdi desciende del partido neofascista Movimiento Social Italiano (Msi), formación cuyo acrónimo, según se comentaba, no quería decir otra cosa que «Mussolini sei immortale» [Mussolini, eres inmortal]. Además, y aunque Meloni sobre todo ha criticado la deriva de Mussolini a partir de 1938, incluido su viraje antisemita, en múltiples ocasiones ella misma ha apelado elogiosamente al recuerdo del quizá más conocido y representativo dirigente del Msi Giorgio Almirante, quien formó parte activa del gobierno de la fascista República de Saló y firmó documentos como el «Manifiesto de la raza» (1938). Por añadidura, el mismo escudo de fdi ha decidido mantener la controvertida fiamma tricolor del Msi, gran símbolo del neofascismo. Al respecto, resulta curioso que el laudatorio libro Giorgia Meloni. La rivoluzione dei conservatori [Giorgia Meloni. La revolución de los conservadores], de Francesco Giubilei, prologado en la traducción española por el dirigente del partido español Vox Jorge Buxadé, concluya con la frase «la llama sigue ardiendo y el testigo para el relevo está en manos de Giorgia Meloni»8.

Por otro lado, se puede recordar la controvertida propuesta de Meloni de cambiar el día nacional de Italia para que no siga teniendo lugar el 25 de abril, cuando se celebra la victoria contra el fascismo. Su propósito, explica, es evitar la celebración de una fiesta nacional divisoria. Como en otras ocasiones, la no condena del fascismo no se hace desde una defensa explícita de este, sino indirectamente, y en la línea del historiador Ernesto Galli della Loggia y su libro La morte della patria [La muerte de la patria] (1996), desde la apelación a una concordia y una unidad que deben ser salvaguardadas.

En casos semejantes, pues, lo que oficialmente se pone en escena no es una retórica fascista sino más bien una antiantifascista. Otro caso conocido es el del famoso lema «Dios, patria y familia» de Meloni, esgrimido en su momento por Mussolini, si bien la política romana ha preferido reivindicarlo en público desde la más lejana y menos polémica memoria del nacionalista italiano Giuseppe Mazzini y así promover lo que se ha llamado un «patriottismo risorgimentale» [patriotismo del Risorgimento].

Este tipo de gestos han sido una constante en los partidos de extrema derecha y pueden ser leídos como guiños a sus simpatizantes más fieles que, frente a las acusaciones de ser fascistas, se refugian en su misma indefinición o inocuidad. De ahí probablemente que el líder de Vox Santiago Abascal recordara a José Antonio Primo de Rivera en el reciente Viva 22 o que en la edición del año pasado hiciera referencia al «imperio solar» español.

Todo eso ayuda a explicar que se acuse a este tipo de formaciones de ser posfascistas, neofascistas, parafascistas o criptofascistas. En especial, ocurre ahora con Fdi, dado que no pocos de sus miembros, incluido el nuevo presidente del Senado Ignazio La Russa y al menos una joven Giorgia Meloni, han mostrado de diversas maneras sus lazos emocionales con la memoria de Mussolini.

De todos modos, eso no ha impedido que Meloni no solo rechace categóricamente la etiqueta de fascista, sino que tache con gran facilidad de totalitario o comunista a cualquier enemigo político. Un gesto frecuente en las extremas derechas actuales es que, del mismo modo en que procuran desdemonizar y normalizar la propia postura política –algo que, como ha señalado Sidera, ha sido posible gracias a dirigentes italianos de otras formaciones–, se demonizan las posiciones antagonistas.

De hecho, la dirigente de Fdi se ha servido no pocas veces y con provecho de la acusación de fascista para remarcar que esta palabra se arroja directamente contra todos aquellos que no sucumben a la «dictadura del pensamiento único», lo que también ha utilizado para cincelar su imagen de transgresora. Para ello, además, con frecuencia pone como iguales o cómplices a todos sus rivales. De ahí que afirmara que «la izquierda es hoy el brazo político de las grandes concentraciones económicas y de las multinacionales» o que, en su contribución al libro I communisti lo fanno meglio [Los comunistas lo hacen mejor], describiese a los comunistas como «perros guardianes del sistema» (y por su «ideología ciega» los equiparase al islam).

En una línea semejante, ya hace tiempo que desde la extrema derecha se ha promovido de manera eficaz en Francia un término peyorativo como el de «islamoizquierdismo» (islamo-gauchisme), mientras que desde Vox se hizo algo semejante con el de «yihadismo de género». Otras palabras o expresiones empleadas recurrentemente en la actual «guerra cultural» son «woke»14, «cultura de la cancelación», «buenismo» (la palabra buonismo se usa con gran frecuencia en Italia) e incluso «feminazismo».

Por ello, y con excepción de figuras como Matteo Salvini, que deliberadamente se ha llegado a presentar como alguien que no es de izquierda ni de derecha con el fin de buscar una alternativa al eje ideológico tradicional, no es extraño que estas formaciones no se describan como fascistas o de extrema derecha, sino más bien como una nueva y al mismo tiempo auténtica derecha, patriota y no «cobarde».

Un caso revelador es el de Viktor Orbán, quien ya en 2014 consideró a Hungría como un Estado democrático pero «iliberal». Otro buen ejemplo lo personifica Meloni, quien ha retratado a su propio partido como conservador, pero que al mismo tiempo subraya que el conservadurismo siempre debe ser identitario y nacionalista. En este contexto, la dirigente italiana ha reivindicado sin cesar a un gran referente intelectual del conservadurismo, Roger Scruton, como una de sus principales fuentes de inspiración. No es extraño. Se trata de un filósofo encomiado asimismo por Orbán, quien le entregó la medalla de la Orden del Mérito de la República de Hungría, lo calificó como un defensor del país magiar y afirmó de él que «hemos aprendido de nuestro querido profesor que el conservadurismo es cualquier cosa menos una ideología; de hecho, es el antídoto de la ideología».

Este acercamiento público de las extremas derechas a Scruton se puede extender a otros políticos contemporáneos, desde Jair Bolsonaro hasta Santiago Abascal, quien ha escrito un encomiástico prólogo para la edición española del libro Filosofía verde de Scruton. Otro caso a resaltar es el de Thierry Baudet, líder del partido holandés Foro para la Democracia (fvd, por sus siglas en neerlandés), de extrema derecha, y que ha escrito una tesis doctoral (traducida al inglés como The Significance of Borders [La importancia de las fronteras]) dirigida por el propio Scruton.

(CONTINUARÁ)